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XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

 

EVANGELIO

Los fue enviando (cf. Mc 6, 7-13)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

EN aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Y decía:

«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra del Señor.

 

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

La misión de los apóstoles

3. Mas no se contenta el Señor con animar a sus discípulos por el hecho de llamar cosecha a su ministerio, sino haciéndolos aptos para ese mismo ministerio. Y así, llamando a sí —dice el evangelista— a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus para que los arrojaran, y curar toda enfermedad y toda flaqueza. Y, sin embargo, todavía no había sido dado el Espíritu Santo: Todavía no había —dice Juan— Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado[180]. —¿Cómo expulsaban, pues, los apóstoles a los espíritus? —Por el mandato y la autoridad del Señor (…).

¿A quién envió Jesús sus apóstoles?

Mas veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. A estos doce —dice el evangelista— los envió Jesús. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos. Cuatro, en efecto, de ellos eran pescadores; dos publicanos: Mateo y Santiago; y uno, hasta traidor. ¿Y qué es lo que les dice? Inmediatamente les dio órdenes, diciendo: No vayáis por camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos. Marchad más bien a las ovejas que se han perdido de la casa de Israel. No penséis, no —les viene a decir el Señor—, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos.

4. Realmente, los samaritanos eran enemigos de los judíos; sin embargo, la misión hubiera resultado más fácil con ellos, que estaban mucho más dispuestos para recibir la fe. La misión entre los judíos era más difícil; y, sin embargo, el Señor los envía al campo difícil, primero para mostrar su solicitud por los judíos y taparles juntamente la boca. De este modo abría el camino a la enseñanza de los apóstoles, a fin de que no los acusaran de que habían entrado en casa de asirios incircuncisos, con lo que tendrían una causa aparentemente justa para huir de ellos y rechazarlos. Por otra parte, llámalos el Señor ovejas perdidas, no que ellas de suyo se hubieran escapado; con lo que por todas partes les ofrece el perdón y trata de atraérselos a sí.

Poderes y consejos a sus apóstoles

Marchad, pues —les dice—, y pregonad que el reino de los cielos está cerca. Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los profetas predicaban de la Tierra y de los bienes de la Tierra; los apóstoles, del reino de los cielos, y de cuanto a él atañe. Más no sólo por este respecto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan como los antiguos. A pesar de que oyen que se les habla de peligros, de guerras y de males incomportables, como heraldos que son del reino de los cielos, aceptan lo que se les manda con absoluta obediencia. —Y ¿qué maravilla —me dirás— que obedecieran fácilmente, cuando nada triste ni difícil tenían que anunciar? —¿Qué dices que nada difícil se les manda? ¿No oyes hablar de cárceles, de conducción al suplicio, de guerras intestinas, del odio universal que había de seguirles, todo lo cual les dijo el Señor que había de acontecerles poco después? Porque a los otros, sí, los enviaba como heraldos y mensajeros de bienes infinitos; pero a ellos sólo les anunciaba y profetizaba males no sufrideros.

Luego, para conferir autoridad a su predicación, les dice: Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios. Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Mirad cómo se preocupa el Señor de las costumbres de sus apóstoles no menos que de los milagros, dándoles a entender que éstos sin aquéllas nada valen. Así vemos cómo reprime su posible orgullo, diciéndoles: Lo que de balde recibisteis, dadlo de balde. Con lo que juntamente los quiere limpiar de toda avaricia. No quería que pensaran que los milagros eran obra de ellos y se exaltaran orgullosamente al realizarlos. De ahí su palabra: De balde habéis recibido. Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen.

Desprendimiento que pide el Señor a sus apóstoles

Seguidamente, trata el Señor de arrancar la raíz misma de los males, y dice: No poseáis oro, ni plata ni moneda menuda en vuestros cinturones; no toméis alforja para el camino ni dos túnicas ni zapatos ni bastón. No les dijo: no toméis con vosotros. No: aun cuando pudierais tomarlo de otra parte, huid de esta mala pestilencia. A la verdad, grandes bienes lograba el Señor con este precepto. Primero, librar de toda sospecha a sus discípulos. Segundo, desembarazarlos a ellos mismos de toda preocupación, y poder así dedicar todo su tiempo a la predicación de la palabra. Tercero, darles una lección sobre su propio poder. Por lo menos, así se lo dijo más adelante: ¿Acaso os faltó algo cuando os envié desnudos y descalzos[181]? Más no dice inmediatamente: «No poseáis». Primero les dice: Limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios, y ahora viene lo de: No poseáis. Y luego prosiguió: Lo que de balde habéis recibido, dadlo de balde. Con lo cual les procura el Señor a sus discípulos lo que les era útil, decente y posible, para andar por el mundo. —Pero tal vez —observe alguien— que, sí, todo lo demás que el Señor manda está muy en su punto; mas ¿por qué mandar a sus apóstoles que no tomaran alforjas para el camino, ni dos túnicas, ni bastón, ni zapatos? —Porque quería ejercitarlos en la más estrecha perfección, como ya anteriormente les había prohibido que se preocuparan del día de mañana. A la verdad, Él los iba a mandar como maestros a toda la Tierra. Por eso, hasta cierto punto los hace de hombres ángeles, librándolos de toda preocupación terrena, de suerte que una sola preocupación los domine en adelante: la de la enseñanza. Más aún: de esta mis­ma los libra cuando les dice: No os preocupéis de cómo o qué hablaréis De este modo, lo que aparentemente es pesado y molesto, el Señor se lo presenta como muy fácil y hacedero (…).

El trabajador merece su salario

5. No quería el Señor que le dijeran: «¿Es que nos mandas, pues, vivir de limosna?». Cosa de que pudieran ellos avergonzarse. No; por el hecho de llamarlos trabajadores y paga a lo que se les da, quiere ponerles de manifiesto que, al dárseles su alimento, no se hace sino pagárseles una deuda. Porque no penséis —parece decirles— que porque vuestro trabajo consista en palabras, es pequeño el beneficio que de vosotros reciben. También el hablar supone mucho trabajo. Y, por tanto, lo que os dan vuestros discípulos, no es favor que os hacen, sino deuda que os pagan: Porque digno es el trabajador de su salario. Y esto lo dijo el Señor, no por que pretendiera tasar el valor de los trabajos apostólicos. ¡Dios nos libre de idea semejante! No; lo que quiso fue poner ante todo ley a sus apóstoles de no buscar nada más fuera de su sustento y persuadir también a los que se lo procuraban que no es ello honor que les hacen, sino estricto deber que cumplen.

Las leyes de la hospitalidad

(…). Mas no sólo manda el Señor a sus discípulos busquen para su hospedaje a personas dignas, sino que les prohíbe andar de casa en casa. Primero, para no ofender a quien los recibiera en la suya; y luego, porque no cobren fama de glotones y amigos de pasarlo bien. Es lo que quiso darles a entender al decirles: Permaneced allí hasta vuestra partida. Y lo mismo es de ver por los otros evangelistas[182]. ¿Veis cómo de este modo atendió el Señor al prestigio de sus apóstoles y cómo animó a quienes los recibieran? A éstos, en efecto, les hace ver que ellos son quienes más ganan, no sólo en honra, sino también en provecho. Lo mismo explica el Señor seguidamente, diciendo: Al entrar en la casa, saludadla, y si la casa fuere digna, que vuestra paz venga sobre ella; más si no fuere digna, que vuestra paz se vuelva a vosotros. Mirad hasta qué pormenores se digna descender el Señor en sus preceptos. Y con mucha razón, pues los estaba preparando para atletas y heraldos de la religión en toda la Tierra, y de este modo los quiere hacer no sólo modestos, sino también amables. Y así, prosigue: Mas si no os recibieren ni quisieren oír vuestras palabras, salid de la casa o ciudad aquella y sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del juicio se tratará más blandamente a Sodoma y Gomorra que no a la ciudad aquella. «No porque seáis los maestros —les viene a decir el Señor— esperéis a que los otros os saluden. No; adelantaos vosotros a darles muestra de honor». Luego, para hacerles ver que no se trata en ellos de un simple saludo, sino de una bendición: Si la casa —les dice— fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si fuere insolente, su primer castigo será no gozar de vuestra paz; y el segundo, que correrá peor suerte que la misma Sodoma (…).

Pero considerad también, os ruego, cómo, a par que los despoja de todo, se lo da todo, pues les permite permanecer en las casas de sus discípulos y entrar en ellas sin tener nada. De este modo los libraba, por una parte, de toda preocupación y, por otra, podían ellos persuadir a los otros que sólo por su salvación habían venido. Primero, porque no llevaban nada; segundo, porque nada tampoco pedían fuera de lo necesario, y, en fin, porque no a todos indiferentemente pedían hospedaje. Es que no quería el Señor que sus apóstoles brillaran sólo por sus milagros, no; antes que por éstos habían de brillar por su virtud. Ahora bien, nada marca mejor la virtud que la ausencia de lo superfluo y no tener, en cuanto cabe, necesidad ninguna. Los mismos falsos apóstoles lo sabían eso; por lo que Pablo mismo decía: Porque quieren, en aquello de que se glorían, aparecer como nosotros[183]. (S. Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 32, 3-5 [BAC, Madrid, 1955] pp. 638-48).

 

Raniero Cantalamessa, ofmcap

XV Domingo T. O. (B)
Les envió de dos en dos

«Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón; ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino “Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas”…».

Los estudiosos de la Biblia nos explican que, como de costumbre, el evangelista Marcos, al referir los hechos y las palabras de Cristo, tiene en cuenta la situación y necesidades de la Iglesia en el momento en el que escribe el Evangelio, esto es, después de la resurrección de Cristo. Pero el hecho central y las instrucciones que en este pasaje da Cristo a los apóstoles se refieren al Jesús terreno.

Es el inicio y como las pruebas generales de la misión apostólica. Por el momento se trata de una misión limitada a los pueblos vecinos, esto es, a los compatriotas judíos. Tras la Pascua esta misión será extendida a todo el mundo, también a los paganos: «Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15. Ndt.).

Este hecho tiene una importancia decisiva para entender la vida y la misión de Cristo. Él no vino para realizar una proeza personal; no quiso ser un meteorito que atraviesa el cielo para después desaparecer en la nada. No vino, en otras palabras, sólo para aquellos pocos miles de personas que tuvieron la posibilidad de verle y escucharle en persona durante su vida. Pensó que su misión tenía que continuar, ser permanente, de manera que cada persona, en todo tiempo y lugar de la historia, tuviera la posibilidad de escuchar la Buena Nueva del amor de Dios y ser salvado.

Por esto eligió colaboradores y comenzó a enviarles por delante a predicar el Reino y curar a los enfermos. Hizo con sus discípulos lo que hace hoy con sus seminaristas un buen rector de seminario, quien, los fines de semana, envía a sus muchachos a las parroquias para que empiecen a tener experiencia pastoral, o les manda a instituciones caritativas a que ayuden a cuantos se ocupan de los pobres, de los extracomunitarios, para que se preparen a la que un día será su misión.

La invitación de Jesús «¡Id!» se dirige en primer lugar a los apóstoles, y hoy a sus sucesores: el Papa, los obispos, los sacerdotes. Pero no sólo a ellos. Éstos deben ser las guías, los animadores de los demás, en la misión común. Pensar de otro modo sería como decir que se puede hacer una guerra sólo con los generales y los capitanes, sin soldados; o que se puede poner en pie un equipo de fútbol sólo con un entrenador y un árbitro, sin jugadores.

Tras este envío de los apóstoles, Jesús, se lee en el Evangelio de Lucas, «designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10, 1). Estos setenta y dos discípulos eran probablemente todos los que Él había reunido hasta ese momento, o al menos todos los que le seguían con cierta continuidad. Jesús, por lo tanto, envía a todos sus discípulos, también a los laicos.

La Iglesia del post-Concilio ha asistido a un florecimiento de esta conciencia. Los laicos de los movimientos eclesiales son los sucesores de esos 72 discípulos… La vigilia de Pentecostés brindó una imagen de las dimensiones de este fenómeno con esos cientos de miles de jóvenes llegados a la Plaza de San Pedro para celebrar con el Papa las Vísperas de la Solemnidad. Lo que más impresionaba era el gozo y el entusiasmo de los presentes. Claramente para esos jóvenes vivir y anunciar el Evangelio no era un peso aceptado sólo por deber, sino una alegría, un privilegio, algo que hace la vida más bella de vivir.

El Evangelio emplea sólo una palabra para decir qué debían predicar los apóstoles a la gente («que se convirtieran»), mientras que describe largamente cómo debían predicar. Al respecto, una enseñanza importante se contiene en el hecho de que Jesús les envía de dos en dos. Eso de ir de dos en dos era habitual en aquellos tiempos, pero con Jesús asume un significado nuevo, ya no sólo práctico. Jesús les envía de dos en dos —explicaba San Gregorio Magno— para inculcar la caridad, porque menos que entre dos personas no puede haber ahí caridad. El primer testimonio que dar de Jesús es el del amor recíproco: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35).

Hay que estar atentos para no interpretar mal la frase de Jesús sobre el marcharse sacudiéndose también el polvo de los pies cuando no son recibidos. Éste, en la intención de Cristo, debía ser un testimonio «para» ellos, no contra ellos. Debía servir para hacerles entender que los misioneros no habían ido por interés, para sacarles dinero u otras cosas; que, más aún, no querían llevarse ni siquiera su polvo. Habían acudido por su salvación y, rechazándoles, se privaban a sí mismos del mayor bien del mundo.

Es algo que también hay que recalcar hoy. La Iglesia no anuncia el Evangelio para aumentar su poder o el número de sus miembros. Si actuara así, traicionaría la primera el Evangelio. Lo hace porque quiere compartir el don recibido, porque ha recibido de Cristo el mandato: «Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis». [Traducción y adaptación del italiano: zenit.org] (cf. homiletica.org).

NOTA: Las palabras en negrita han sido resaltadas por la web de Prado Nuevo.

[180] Jn 7, 39.

[181] Lc 22, 35.

[182] Mc 6, 10; Lc 10, 7.

[183] 2 Co 11, 12.

 

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