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I DOMINGO DE ADVIENTO (C)

 

EVANGELIO

Se acerca vuestra liberación (cf. Lc 21, 25-28. 34-36)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habrá signos en el Sol y la Luna y las estrellas, y en la Tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.

Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.

Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la Tierra.

Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.

LECTURA ESPIRITUAL Y HOMILÍA

San Agustín

«Venga tu Reino»

«Si en verdad amamos a Cristo, es obvio que debemos desear su venida. Por lo tanto, es un contrasentido, e ignoro otra verdad, temer que venga aquel a quien se ama, pedir: Venga tu Reino (Mt 6, 10) y tener miedo de ser escuchado. Pero, ¿de dónde viene el temor? ¿Acaso, porque el que viene es Juez? Pero, ¿es acaso un juez injusto, malvado o envidioso? ¿O uno que, en definitiva, espera conocer tu causa a través de otro? Otro a quien tú colocaste y que posiblemente podría engañarte por deshonestidad, o no ser capaz de demostrar con palabras adecuadas tu inocencia, por tener poca elocuencia o una práctica insuficiente. ¡Nada de todo esto! ¿Quién es el que debe venir? ¿Por qué no te alegras? ¿Quién debe venir a juzgarte, sino el que fue juzgado por causa tuya? No temas al acusador del cual él dijo: El príncipe de este mundo será arrojado fuera (Jn 12, 31). No temas un mal abogado, porque ahora es tu abogado el que luego será tu juez. Estarán Él, tú y tu causa. La defensa de tu causa será el testimonio de tu conciencia. Si tienes temor del futuro Juez, corrige ahora tu actual conciencia. ¿No te basta con que no pregunte por lo pasado? En aquel momento, sin darte más tiempo, te juzgará; pero ahora, ¿con cuánto tiempo te lo anticipa? En aquel momento ya no se podrá uno corregir; pero ahora, ¿quién te lo prohíbe?» (C. S. 147, 1).

«Viene Dios a juzgar la Tierra y los montes se alegrarán (Sal 98, 8). Pero hay unos montes que al venir el Señor a juzgar la Tierra, temblarán. Por lo tanto, hay montes buenos y montes malos. Montes buenos: la grandeza espiritual. Montes malos: la hinchazón de la soberbia» (C. S. 97, 9).

«Nuestro Dios y Señor es compasivo y bondadoso, lento para enojarse, rico en misericordia y veraz (Sal 86, 15); cuanto más abundantemente dispensa misericordia en la vida presente, tanto más rigurosamente amenaza con el juicio en la vida futura. Las palabras que dije están escritas y contenidas en las Sagradas Escrituras, porque el Señor es compasivo y bondadoso, lento para enojarse, rico en misericordia y es veraz. A todos los pecadores y a los que aman este mundo, mucho les agrada que el Señor sea compasivo y bondadoso, lento para enojarse y rico en misericordia. Pero si tanto amas su mansedumbre, teme por lo que se dice al final del versículo: es veraz. Sí sólo dijera: el Señor es compasivo y bondadoso, lento para enojarse y rico en misericordia, con ese pretexto tú ya te habrías vuelto a la seguridad, a la impunidad y al desenfreno de los pecadores; harías lo que se te antojara, te aprovecharías del mundo cuanto te lo permitieran o cuanto tu libertinaje te propusiera. Y si alguno, con un buen consejo, te reprochara y asustara para que te contuvieras del inmoderado salir corriendo detrás de tus concupiscencias y del abandono de tu Dios, tú interrumpirías las palabras de quien te reprende, con la frente alta, como si hubieras escuchado la Palabra divina, y la leyeras del libro del Señor. ¿Por qué me aterras con nuestro Dios? Él es compasivo y bondadoso, y rico en misericordia. Para que los hombres no hablen así, se agregó al final una palabra: veraz. Y así hace caer la satisfacción de los que presumen mal (la salvación), y borra el temor de los afligidos.

Alegrémonos de la misericordia del Señor, pero temamos su juicio. Él perdona, pero no calla. Calla ahora, pero no siempre callará (cf. Is 42, 14). Escúchalo, mientras hablando no calla, no sea que no puedas oírlo cuando no se calle en el juicio» (S. 9, 1). (S. Agustín, Comentario a los evangelios dominicales y festivos, Ciclo C, [Religión y Cultura, Buenos Aires, 2006] pp. 9-10).

 

Benedicto XVI

Ángelus

Primer domingo de Adviento
29 de noviembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo iniciamos, por gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento del Señor. El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Liturgia, afirma que la Iglesia «en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor». De esta manera, «al conmemorar los misterios de la Redención, abre la riqueza del poder santificador y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (Sacrosanctum Concilium, 102). El Concilio insiste en que el centro de la liturgia es Cristo, como el Sol en torno al cual, al estilo de los planetas, giran la santísima Virgen María —la más cercana— y luego los mártires y los demás santos que «cantan la perfecta alabanza a Dios en el Cielo e interceden por nosotros» (ib., 104).

Ésta es la realidad del Año litúrgico vista, por decirlo así, «desde la perspectiva de Dios». Y, desde la perspectiva del hombre, de la historia y de la sociedad, ¿qué importancia puede tener? La respuesta nos la sugiere precisamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan los pueblos en vías de desarrollo, pero también los económicamente desarrollados. Cada vez caemos más en la cuenta de que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo al ver derrumbarse tantas falsas seguridades, nos damos cuenta de que necesitamos una esperanza fiable, y esta sólo se encuentra en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es «el Viviente» y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es «carne» como nosotros y es «roca» como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede cobrar ánimo y levantar la cabeza, porque se acerca la liberación en Cristo (cf. Lc 21, 28), como leemos en el Evangelio de hoy. Así pues, podemos afirmar que Jesucristo no sólo atañe a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque Él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Y todo ser humano necesita constantemente la esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la Humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el “hoy” de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas y se proyecta al cumplimiento futuro. Sigamos su ejemplo, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social (cf. vatican.va).

S. Juan Pablo II

Ángelus

Domingo, 30 de noviembre de 2003

Amadísimos hermanos y hermanas:

Hoy comienza el tiempo de Adviento, itinerario de renovación espiritual en preparación para la Navidad. Resuenan en la liturgia las voces de los profetas, que anuncian al Mesías, invitando a la conversión del corazón y a la oración. El último de ellos, y el más grande de todos, Juan el Bautista, grita: «Preparad el camino del Señor» (Lc 3, 49), porque «vendrá a visitar a su pueblo en la paz».

¡Viene Cristo, el Príncipe de la paz! Prepararnos para su nacimiento significa despertar en nosotros y en el mundo entero la esperanza de la paz. La paz, ante todo, en los corazones, que se construye deponiendo las armas del rencor, de la venganza y de toda forma de egoísmo.

El mundo tiene mucha necesidad de esta paz. Pienso con profundo dolor, de modo especial, en los últimos episodios de violencia en Oriente Próximo y en el continente africano, así como en los que la crónica diaria registra en muchas otras partes de la Tierra. Renuevo mi llamamiento a los responsables de las grandes religiones: unamos nuestras fuerzas para predicar la no violencia, el perdón y la reconciliación. «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra» (Mt 5, 4).

En este itinerario de espera y esperanza, que es el Adviento, la comunidad eclesial se identifica más que nunca con la Virgen santísima. Que Ella, la Virgen de la espera, nos ayude a abrir nuestro corazón a Aquel que trae, con su venida a nosotros, el don inestimable de la paz a la Humanidad entera (cf. vatrican.va).

NOTA: Las palabras en negrita han sido resaltadas por la web de Prado Nuevo.