Cuaresma 2015

Misterios Gozosos

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1º: La Encarnación del Hijo de Dios

Con el «sí» de María se abrieron las compuertas del Cielo, para que así Dios derramase innumerables gracias, a partir de ese día y a través de la Historia.

La Cuaresma es un tiempo de renovación, pero, sobre todo —como señala el papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma de este año— «es un “tiempo de gracia” (2 Co 6, 2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: “Nosotros amemos a Dios porque Él nos amó primero” (1 Jn 4, 19)».

Correspondamos con amor a ese amor infinito de Dios, a semejanza de la Virgen, cuya vida fue una continua ofrenda al Señor y un acto permanente de alabanza y acción de gracias a su Creador. Así nos decía Ella en el mensaje de 4 de julio de 1998: «Hija mía, yo me consagré toda a Dios mi Creador, toda mi vida, con estas palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y ahí consagré toda mi vida y presenté a mi Hijo a los hombres y lo entregué para su redención».

2º: La Visitación de María Santísima a Santa Isabel

En el Mensaje para la Cuaresma, el Papa nos habla sobre el olvido del sufrimiento del prójimo; dice: «…nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen…».

Esta indiferencia hacia el sufrimiento ajeno es muy propia de los tiempos que vivimos; precisamente, en el misterio de la Visitación que meditamos, la actitud de la Virgen es todo lo contrario: se preocupa por su prima Isabel y con diligencia acude a socorrerla en su necesidad.

¡Cuánto hemos de aprender de María! ¡Cuánto nos enseña en cada momento de su vida! Cada palabra, cada acción en Ella son un modelo a seguir. Por eso, pedía el Señor en el mensaje de 2 de septiembre de 1989: «Imitad a mi Madre, hijos míos. Acudid a su Inmaculado Corazón, él os protegerá».

3º: El Nacimiento del Hijo de Dios

Narra san Lucas en su Evangelio que Jesús, al nacer, nos trajo una inmensa alegría: «Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2, 10-11). El nacimiento del Salvador produce esta «gran alegría».

El tiempo cuaresmal que estamos viviendo, aun siendo propicio para la conversión, el sacrificio, la austeridad…, no por ello tiene que excluir la verdadera alegría. «La alegría del Evangelio —decía el papa Francisco en la exhortación del mismo nombre— llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (Evangelii Gaudium, 1).

Pedía, por ello, la Virgen en un mensaje: «Vivid, hijos míos, en oración y en sacrificio; también la alegría es un don del Espíritu Santo; el que está en gracia está alegre, hijos míos. Estad alegres, porque tenéis el Espíritu de Dios con vosotros» (2-11-1996).

4º: La presentación del Niño Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María

En el cuarto misterio de gozo, aparece también el dolor cuando el profeta Simeón anuncia a la Virgen Madre que una espada le traspasará el alma, porque su Hijo iba a ser signo de contradicción (Cf. Lc 2, 34-35).

Es lo que recordaba la Virgen en el mensaje de 15 de agosto de 1986, donde habla del gozo y del dolor de su Corazón: «…cuando nació el Verbo y lo tuve en mis brazos, también sentí un gran gozo; esta criatura no era digna de ser Madre de Dios mi Creador, pero mi cuerpo se estremeció de una gran alegría. Pero luego, el dolor atravesó mi Corazón de parte a parte por una espada».

Jesús es el único Salvador del mundo; con una sola gota de su Sangre podría habernos salvado, pero quiso asumir todo dolor. Nosotros sólo somos pobres pecadores necesitados de perdón; pidamos humildemente la gracia de Dios y aceptemos nuestros límites. «Y —como dice el Papa en su Mensaje para la Cuaresma— podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos».

5º: El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo

Al ver al Niño Jesús en este misterio, no podemos dejar de admirar su sabiduría y fortaleza, a pesar de su corta edad. La misión que le esperaba requería un corazón firme, fortalecido en las adversidades y lleno de amor.

Sigamos el consejo del Papa para esta Cuaresma, que invita a recitar la invocación dirigida al Corazón de Jesús —«Haz nuestro corazón semejante al Tuyo»—, y añade: «De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia».

Jesús de Nazaret no era indiferente ante el sufrimiento ajeno, sino que, como afirma el libro de los Hechos de los Apóstoles, «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo» (Hch 10, 38). Decía el Señor en un mensaje de Prado Nuevo: «…aquéllos que hacéis buenas obras, hijos míos: la caridad es lo que falta en el mundo; el hombre ha olvidado que tiene corazón» (5-4-1997).

Misterios Dolorosos

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1º: La oración de Jesús en Getsemaní

Dice san Mateo en su Evangelio que, al llegar Jesús al huerto de Getsemaní, «adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú”» (Mt 26, 39).

Y sobre ello explica san León Magno: «…¿quién podría vencer los odios mundanales, el ímpetu de las tentaciones, y los terrores de la persecución, si Jesucristo no hubiera dicho a su Padre en todos y por todos: “Hágase tu voluntad”? (Mt 26,42). Aprendan, pues, esta voz todos los hijos de la Iglesia, para que cuando la adversidad sobreviene fuertemente, vencido el temor del espanto, soporten con resignación cualquier clase de sufrimientos» (Sermones 58, 5).

Describía así Luz Amparo una visión: «Veo al Señor en el Huerto de los Olivos. El Señor está muy triste, de rodillas, todo nervioso; se levanta una vez, otra vez, otra, hasta tres veces. Está mirando al cielo, implorando a su Padre Celestial» (18-12-1981).

Contemplar a Jesús en Getsemaní nos ha de mover a compasión y a evitar nuestros pecados, causa de sus dolores y angustias.

2º: La flagelación del Señor

Narra así san Mateo la escena de Jesús ante Pilato, previa a la flagelación: «El gobernador preguntó: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”. Ellos dijeron: “A Barrabás”. Pilato les preguntó: “¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?”. Contestaron todos: “Sea crucificado”». «Entonces —dice más adelante el Evangelio— les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran» (Mt 27, 21-22. 26).

Se lamenta san Agustín: «He aquí que preparan al Señor para azotarle. Mira, ya es herido; la violencia de los azotes rompe su santa piel; repetidos golpes desgarran sus espaldas y sus hombros. ¡Oh dolor! Dios se encuentra tendido delante del hombre, y sufre el suplicio de un reo, cuando en el Señor no pudo encontrarse vestigio alguno de pecado» (In serm. de Passione).

En un mensaje de Prado Nuevo, tras mostrar el Señor a Luz Amparo la escena de la flagelación, le manifiesta con dolor: «Sí, hija mía, esto constantemente lo estoy sintiendo yo por los pecadores, por la perversidad del mundo, por los pecados de impureza». No seamos más la causa de tanto dolor para el Señor; meditemos en su Pasión, que será la ayuda mejor para no ofenderle.

3º: La coronación de espinas

Escribe san Juan en el capítulo 19 de su Evangelio: «Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas» (Jn 19, 1-3).

«Ahora le quitan la corona de espinas de un tirón —describía Luz Amparo en una visión que tuvo—. Le vuelven a poner otra vez una ropa de color blanco, le ponen la corona y la empujan para abajo con fuerza; le empieza otra vez a correr la sangre por toda la cara» (8-1-1982).  En su corto pontificado, Juan Pablo I se refirió una vez a este misterio: «Jesús está en la Cruz —decía—, ¿lo quieres besar? No puedes por menos de inclinarte hacia la Cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona que tiene la cabeza del Señor» (Audiencia General, 27-9-1978).

Cuanto más se acerca uno al Señor crucificado, más será punzado por las espinas, que Él comparte con sus predilectos. Participemos del dolor de Jesús, para alcanzar también su Gloria.

4º: Jesús sube la Calvario llevando la Cruz

Sobre el cuarto misterio doloroso, escribe san Juan en su Evangelio: «Tomaron a Jesús, y, cargando Él mismo con la Cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (…), donde lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la Cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”» (Jn 19, 16-19).

Comenta san Agustín: «Marchaba, pues, Jesús hacia el lugar donde había de ser crucificado, llevando su cruz. Extraordinario espectáculo: (…) a los ojos de la impiedad, la burla de un rey que lleva por cetro el madero de su suplicio; a los ojos de la piedad, un rey que lleva la cruz para ser en ella clavado (…), y en ella habían de gloriarse los corazones de los santos» (In Ioannis Evangelium 117, 3).

¿No hemos hecho, a veces, a Jesús objeto de nuestras burlas con las recaídas en el pecado? Pedía la Virgen en el mensaje de 3 de febrero de 1990: «Quiero que todos los días me acompañéis un ratito, hijos míos, en el camino del Calvario». ¿No acompañaremos a nuestra Madre en la calle de la amargura? ¿No nos animamos a aliviar un poco su dolor y el de su Hijo?

5º: Jesús es crucificado y muere en la Cruz

María estuvo siempre junto a su Hijo: lo llevó con inmenso amor en su seno inmaculado; lo cuidó con esmero en su niñez y adolescencia; lo ofreció al Padre en la Pasión y culminó su entrega en el Calvario, al pie de la Cruz, «asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado».

  En el mensaje de 2 de septiembre de 1989, se dolía el Señor, dirigiéndose a Luz Amparo: «Hija mía, consúmete de amor, únete a mi Cruz y los dos repararemos los pecados de los hombres. Enseña el amor desinteresado, limpio, entregado; mira el ejemplo en mi Madre, en Juan y en María; contémplalos ante mi dolor: participan de él. Mira todo un Dios ultrajado. Mira la Majestad Divina cómo ha quedado… (…). Mira mis manos, mira mi costado, hija mía; mira todo mi cuerpo. Todo esto es producido por el desamor de los hombres».

Abramos nuestro corazón, tantas veces endurecido, a la gracia de Dios, que nos llega por medio de nuestra Señora, a quien Jesús nos entregó por Madre en el Gólgota.

Misterios Gloriosos

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1º: La Resurrección del Señor

La Pasión de Cristo le condujo al sepulcro, pero ahí no acabó todo. La resurrección es el sello que confirma toda la vida de Jesús, y nos asegura que su muerte no fue un fracaso: Él vive y reina por los siglos de los siglos. Precisamente, al finalizar la Cuaresma, durante la Semana Santa, celebraremos la Pascua de Resurrección. Jesús muere para resucitar; la muerte no tiene la última palabra.

En nuestra vida de cristianos tenemos que reflejar a Cristo resucitado, que antes vivió entre nosotros y se entregó a la muerte y muerte de cruz. Debemos morir al pecado y resucitar a la vida de gracia, en especial por el sacramento de la Penitencia, que «resucita» el alma sumergida en las sombras de muerte del pecado.

«Acercaos cada uno individualmente al sacramento de la Confesión» (3-11-1984), pedía la Virgen en un mensaje. Y el papa Francisco aclaraba una vez: «…no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia» (Audiencia, 19-2-14).

2º: La Ascensión del Señor

El tiempo de Cuaresma es propicio para retomar el Camino, que es Jesucristo, el Único que evitará precipitarnos en el abismo de la perdición. Él también ascendió a los cielos para abrirnos sus puertas, que el pecado había cerrado. Como enseña el Catecismo de la Iglesia: «En Cristo se han reconciliado el Cielo y la Tierra, porque el Hijo “ha bajado del cielo”, solo, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión» (CEC 2795).

«Diles que procuren estar arriba y buscar las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios», decía la Virgen en el mensaje de 2 de octubre de 1981. Dejemos, pues, la cosas de este mundo, a las que tan apegados estamos, y busquemos lo que nunca se acaba y permanece. Sea el centro de nuestra vida Jesucristo, y usemos de lo creado en la medida que nos lleve a amar más a Dios.

3º: La Venida del Espíritu Santo

«Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro» (Mensaje para la Cuaresma, 2015).

Así nos exhortaba el papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año. El Espíritu Santo nos guía «por los caminos del amor», que nos conducen hasta los demás, para practicar las caridad con ellos.

Es lo que pedía el Señor en un mensaje de Prado Nuevo: «…amo, hijos míos, y recompenso a todas aquellas almas que ponen su corazón en la caridad y en el amor. Hijos míos, practicad la caridad con todos los seres humanos» (1-7-1989).

4º: La Asunción de la Virgen María

La Virgen María fue elevada al Cielo en cuerpo y alma, y coronada por la Santísima Trinidad. Pero antes fue la Virgen sacrificada y humilde, la Virgen sencilla y fiel…

El misterio de su asunción nos invita a pensar en la vida eterna, en el Cielo, desde donde nuestra Señora no deja de interceder por nosotros y nos anima a vivir cada día cumpliendo con nuestros deberes, como Ella lo hizo en su casa de Nazaret. Por eso, la misma Virgen nos animaba en el mensaje de 2 de febrero de 2002: «Las almas buenas gozan de la misericordia tan grande que Dios ha tenido con ellas, porque han sido capaces de luchar, de despren-derse, de no aceptar vanidades, ni rencores, ni envidias, de ser pobres, humildes, sacrificados, de imitar a Jesús en la Cruz y a María en Nazaret».

Un propósito para esta Cuaresma podría ser éste: imitar la vida laboriosa y entregada de la Virgen en nuestro trabajo, en la familia, en la vida cotidiana…

5º: La Coronación de la Virgen María

Precisamente, María Santísima, que nunca buscó reconocimientos, ni títulos en este mundo, ni glorias vanas, fue merecedora de la coronación. A Ella, ser coronada, no le sirve para mostrarnos esa brillante corona que forma parte de sus imágenes, y que le ofrecemos nosotros para honrarla. Quiere ser reflejo de su grandeza de alma y de las más bellas virtudes que la adornan.

Ofrezcamos a nuestra Señora nuestro humilde servicio a su Hijo en la Iglesia que Él fundó, practicando la caridad con el prójimo, especialmente con los más necesitados. Esto, sin duda, alegrará su corazón inmaculado y el de Jesús más que cualquier otra ofrenda material.

Así, pedía Él en un mensaje de Prado Nuevo: «Amad a los necesitados y favorecedlos, hijos míos, y que se extienda por todas las partes del mundo vuestra mano para ayudar a todo aquél que os necesite. Ése es el amor, ése es el fruto que sale del costado de Cristo: la caridad» (5-12-1992).

 

Cuaresma 2017

Misterios Gozosos

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1º: La Encarnación del Hijo de Dios

La Encarnación del Hijo de Dios es la mayor muestra del amor de Dios a los hombres. Por eso, afirma santo Tomás de Aquino: «…ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, Creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre»[1].

Así, decía la Virgen en el mensaje de 4 de mayo de 1991: «Humillaos, hijos míos, y no os avergoncéis de la humillación. Cristo se humilló hasta la muerte y se anonadó. El discípulo no puede ser más que el Maestro».

2º: La Visitación de María Santísima a santa Isabel

Una nota esencial en el tiempo de Cuaresma es la práctica de la caridad, sea mediante la limosna u otras obras buenas, de las cuales podemos llevar a cabo muchas. Esto es lo que hizo la santísima Virgen en la Visitación: llevó el amor de Dios, que portaba en sus entrañas, hasta la casa de su prima Isabel.

En su mensaje para este tiempo litúrgico, el papa Francisco nos dice: «La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo». Y la Virgen exhortaba en el mensaje de 2 de julio de 1983: «Para ganar el Cielo, hijos míos, hay que ser buenos y puros, y caritativos con vuestros semejantes, hijos míos. Sin caridad no os salvaréis».

3º: El Nacimiento del Hijo de Dios

La Cuaresma es ocasión para meditar en la pobreza de nuestro Señor en Belén; por eso el papa Francisco nos advertía en su mensaje para la Cuaresma sobre el mal uso de los bienes y el egoísmo que conlleva: «Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas —señala el Papa—, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención».

También advertía la Virgen en el mensaje de 3 de junio de 1995: «Yo pido a los hombres que sean austeros y ellos viven en las comodidades; derrochan el dinero en gustos y en placeres, sin acordarse de los que pasan hambre, de los necesitados».

4º: La Presentación del Niño Jesús y la Purificación de la Virgen María

La Virgen María acudió humildemente al Templo con san José, para presentar al Niño Jesús.

Acerquémonos esta Cuaresma al Señor y a su Madre, aliviemos sus sufrimientos, que nuestros pecados han provocado, presentándoles nuestras ofrendas… Entre ellas, se encuentra el trabajo de cada día, como instrumento de redención y fuente de alegría cristiana. «Ofreced vuestro trabajo a Dios vuestro Creador —pedía el Señor en el mensaje de 7 de diciembre de 1996—, para la redención de las almas; pero vuestro trabajo, hijos míos, tiene que ser un trabajo lleno de alegría».

5º: El Niño Jesús perdido y hallado en el templo

¡Cuántas veces a nosotros, a semejanza de la Sagrada Familia en este misterio, nos suceden acontecimientos que nos hacen sufrir, o pruebas que tambalean nuestra fe! Acudamos, entonces, a la santísima Virgen, hagamos oración; la Cuaresma es tiempo propicio para ello.

María nos enseñará a realizar una oración verdadera, que salga del corazón, como más de una vez ha recordado en Prado Nuevo: «Orad, hijos míos —pedía en el mensaje de 3 de noviembre de 1990—, para vivir según el espíritu, no según la carne. El diálogo con Dios hace vuestros corazones contritos e inocentes; pero que ese diálogo, hijos míos, salga de lo más profundo de vuestro corazón».

[1]  Sobre el Credo, l.c., 59.

Misterios Gloriosos

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1º: La Resurrección del Señor

Cada uno de nosotros tenemos que reflejar los rasgos de Cristo resucitado, recibiendo la gracia de resucitar a la vida sobrenatural, pasando del pecado mortal a vivir en gracia, y de la vida de gracia a la santidad.

Para ello llevemos una vida entregada y vigilante, para purificarnos de nuestros pecados. Escuchemos la voz del Señor que, en el mensaje de 5 de enero de 2002, nos advertía con pena: «…yo grito tiernamente a mis almas: “No os introduzcáis en el pecado; velad, orad, para que la tentación se aleje”; y vosotros, hijos míos, no escucháis mi voz».

2º: La Ascensión del Señor

Nuestros corazones deben estar fijos donde se halla el gozo verdadero: en el Cielo, nuestro destino eterno; allí nos espera Jesús resucitado. El tiempo de Cuaresma es propicio para retomar el Camino, que es Jesucristo.

Nuestro corazón siente muchas veces el peso de nuestros pecados, de las pasiones, de malas inclinaciones, de apegos a las cosas materiales… Pongamos todas estas miserias y penas en el Corazón del Salvador, que nos invitaba con infinito amor en el mensaje de 1 de febrero de 1986: «“Venid a mí todos aquéllos que estáis cargados, que yo os descargaré. Venid a mí todos aquéllos que tenéis hambre, que yo os daré de comer”. También grito: “Venid a mí todos aquéllos que estáis sedientos, que yo os daré de beber. Venid a mí todos los que estáis tristes, que yo os consolaré”».

3º: La Venida del Espíritu Santo

Si estamos abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo, conseguiremos las gracias que, continuamente, descienden desde el Cielo; la Cuaresma es un tiempo privilegiado para recibir esas gracias especiales, que nos disponen a ser generosos con el Señor y con el prójimo.

En su Mensaje para este tiempo litúrgico, el papa Francisco expresa el deseo de que «el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermano necesitados».

Así, se lamentaba la Virgen en un mensaje: «No se corrigen de sus pecados. No vuelven sus ojos a Dios. Rezad el Rosario diariamente, hija mía, para la conversión de los pecadores»[1]. Pidamos con fervor obtener durante esta Cuaresma la gracia de una profunda conversión y aborrecimiento del pecado.

4º: La Asunción de la Virgen María

Al contemplar la Asunción de María, aprendemos que el camino para ir al Cielo es la obediencia, la docilidad a la palabra de Dios, la apertura a sus gracias…; mientras que la soberbia y el egoísmo son un lastre que nos impide elevarnos hacia las cosas celestiales.

Peregrinos de Prado Nuevo: ¿no es verdad que nos cuesta renunciar a nuestros propios juicios, a nuestra manera de ver las cosas, a nuestros quereres y aficiones?

La Virgen María no vivió apegada a nada ni a nadie. Nos enseñaba Ella en uno de los últimos mensajes de Prado Nuevo: «Las almas buenas gozan de la misericordia tan grande que Dios ha tenido con ellas, porque han sido capaces de luchar, de desprenderse, de no aceptar vanidades, ni rencores, ni envidias, de ser pobres, humildes, sacrificados, de imitar a Jesús en la Cruz y a María en Nazaret»[2].

5º: La Coronación de la Virgen María

A lo largo de dos mil años, como anunciaba Ella misma en el Magnificat, la Virgen ha sido aclamada por todas las generaciones, y en este misterio glorioso la celebramos como Reina de todo lo creado.

Pero además, para consuelo nuestro, es Madre y nos protege del mal que nos acecha. Por eso la pedimos que no se aparte de nosotros, y con los discípulos de Emaús que se quede siempre a nuestro lado.

Manifestaba María Santísima en el mensaje de 3 de enero de 1987: «Y vosotros, almas que todavía amáis a Dios, vuestro Creador, encomendaos en sus manos y venid a mí, que yo os protegeré debajo de mi manto, para que Satán no pueda arrebataros, hijos míos».

[1] 5-3-1982.

[2] 2-2-2002.