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Y contempló un resplandor

 

HISTORIA DE LAS APARICIONES DE EL ESCORIAL (5)

En el artículo anterior hacíamos referencia a las dolencias y estrecheces padecidas por Luz Amparo, desde que marchó de Albacete para ir a residir en Madrid, y que se sumaban a todas las de su infancia, y que no la abandonarían a lo largo de su vida. Con todos estos sufrimientos, el Señor fue curtiendo su alma, la fue preparando para la trascendental misión que iba a recibir del Cielo: ser víctima de reparación por la salvación de las almas. Años después, el Señor le mostraría la gran necesidad de esta empresa:

«Tengo sed, sed de almas que ofrezcan a mi Corazón un consuelo proporcionado al dolor que me causan tantos pecadores (…). Necesito almas cuyos padecimientos, tribulaciones, incomodidades de la vida suplan la malicia y la ira y la ingratitud de los hombres” (12-III-1982).

 

«El doctor de la barba»

Continuando con el relato sobre la vida de Luz Amparo, en el mes de mayo de 1970, es internada en el «Hospital Clínico» de Madrid, aquejada de fuertes dolores provocados por una úlcera y alguna otra afección. Allí tuvo que ser operada de apendicitis. La noche de la intervención quirúrgica sucedió algo especial que Amparo recuerda y que, aunque el personal sanitario del Hospital no le dio importancia, una década después habría de adquirir su sentido, relacionándose con los acontecimientos sobrenaturales que transformarían su vida.

Esa noche del postoperatorio, Luz Amparo vio de pie, a su cabecera, a alguien que identifica con un médico. Iba vestido con bata blanca, tenía melena y barba, sus ojos eran verdes, y su piel un poco morena; su belleza era extraordinaria. Permanece con ella sin decirle nada. Amparo lo había visto antes en la sala del quirófano, cuando iba a ser operada. A la mañana siguiente, como es costumbre, unos estudiantes de medicina pasaron tomando nota de los enfermos. Al llegar a la cabecera de la enferma, le preguntan quién era el cirujano que la había operado; a lo que ella responde con convicción: «El doctor de la barba». Los estudiantes se extrañaron de la respuesta, pues no conocían en el Hospital a ningún médico que coincidiera con esa descripción. Entonces, le preguntan por su nombre. Ella lo desconoce; por eso añade: «Ha sido el médico de bata blanca que ha estado aquí esta noche». Las compañeras de habitación se sorprenden ante esta afirmación, porque ellas no han visto a nadie durante la noche. Por eso todos, menos Amparo, concluyen que esa visión ha sido provocada por los efectos de la anestesia. Sin grandes mejorías en su salud, Amparo vuelve a su trabajo en casa…; pero, en su interior quedará grabada para siempre la fisonomía del misterioso «doctor».

 

Peregrinación a Lourdes

Gruta de la Virgen de Lourdes

Amparo sigue enferma. Continúan las hemorragias en el estómago y la enfermedad del corazón. Debido a sus problemas respiratorios, tienen que proporcionarle oxígeno. Le dan mareos con frecuencia, cayendo desmayada al suelo numerosas veces. De manera que se fractura los brazos y la clavícula. Varios médicos la atienden: los doctores Iglesias, Soria y Fernández (cardiólogos), así como Don Fermín Muñoz (gastroenterólogo).

Ante salud tan quebrantada, decide partir a Lourdes, en el Tren de la esperanza, junto a otros enfermos, para pedir a la Virgen su recuperación. Fue desde Madrid con la 16ª peregrinación presidida por el cardenal Tarancón, que tuvo lugar entre el 18 y 22 de junio de 1973. En el viaje de ida, Amparo empeora hasta sentirse morir al llegar al Santuario. Aunque ha acudido allí para pedir su curación, su gran corazón la lleva a rezar por los demás más que por ella misma. Ante la gruta de la aparición, no ve a la Virgen; pero, sin verla, la siente muy próxima y llora copiosamente con emoción. De regreso, en el tren, experimenta en su corazón algo que no sabe explicar. Mira hacia atrás, con cierta pena por dejar allí a quien desde su infancia tanto quiere: la Virgen María, su Madre del Cielo.

Durante la estancia de Amparo en Lourdes, no se produjo en ella un milagro espectacular de curación; sin embargo, desde que regresa a su casa de San Lorenzo de El Escorial, comienza a sentirse mejor día a día. Cesan las hemorragias, ya no necesita el oxígeno, no se marea, ni cae al suelo, pudiendo trabajar con normalidad. No cabe la menor duda de que la Santísima Virgen en Lourdes ejerció sobre ella una saludable influencia, aunque sus enfermedades persistan.

 

Empleada de hogar

Posteriormente, en una ocasión, mientras trabajaba Amparo como empleada de hogar en la casa de Dª Matilde, según testimonio de ésta y de los médicos Herrero, Robles y don Salvador (+), allí presentes, estuvo a punto de morir. Ante la gravedad de la situación, se temieron lo peor. Sin embargo, Amparo acudió filialmente a la Virgen, la invocó a su modo, porque la tenía un cariño especial. En esos momentos, contempló un resplandor a los pies de la cama, y se sintió inexplicablemente recuperada. No estaba curada del todo, pero sí se encontró útil para todo trabajo, al que con ardoroso tesón se entregó.

Por el mes de abril de 1980, Amparo fue contratada como empleada doméstica en el domicilio de Miguel Martínez y Julia Sotillo, un matrimonio con dos hijos, Jesús y Beatriz (de 9 y 7 años respectivamente); vendrían a tener luego otras dos niñas: María y Luz Amparo. Vivían en la calle de Santa Rosa, número 7, en San Lorenzo de El Escorial, y diariamente se desplazaban a trabajar en la tienda que tenían en Madrid. Por ello necesitaban a una persona para cuidar de sus hijos y de la casa durante su ausencia. Cuenta Miguel Martínez que el motivo principal que les movió a pedir a Luz Amparo que trabajara en su casa, fue el ver en ella a una mujer sencilla, bonachona y, sobre todo, muy cariñosa con los niños.

Hasta ahora, Amparo Cuevas, con 49 años de edad, no sobresale en nada extraordinario; sí por sus escasos recursos y por su constancia y amor al trabajo para sacar a sus siete hijos adelante, a pesar de lo delicado de su salud y la de su marido. Sus rasgos, dulces y serenos, reflejan la transparencia de su alma; su espontánea naturalidad, su simpatía y buen humor, su sencillez, atraerán a todos los que la irán conociendo.

(Continuará)

 

(Revista Prado Nuevo nº 6. Historia de las Apariciones)

 

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