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El director espiritual de Luz Amparo

 

HISTORIA DE LAS APARICIONES DE EL ESCORIAL (15)

En la entrega anterior de esta apasionante historia, recordábamos aquel 16 de abril de 1981, Jueves Santo, en que Amparo fue partícipe de la flagelación del Señor, padeciendo en sus carnes el efecto de los azotes, a semejanza de Cristo en el segundo misterio doloroso. También en ese día recibió los estigmas, hasta el punto de sentirse morir. Se producía en Luz Amparo un curioso fenómeno: su participación en la Pasión de Cristo —sin ella pretenderlo y por designio del Cielo— se adelantaba a las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa; ya comenzaba a sentir los «efectos» de la Pasión la noche que va del Miércoles al Jueves Santo. No es éste el momento de ofrecer una explicación a dicho «adelanto»; ya se encargó Benedicto XVI de ofrecer diferentes hipótesis, empezando por la fecha de la Última Cena, en su libro Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección.
Esta vez, nos detenemos en la persona del que fuera confesor y director espiritual de Amparo: el P. Alfonso María, O. C. La figura de este santo varón, quien pasó a la eternidad en febrero de 2002, es clave en la trayectoria de Luz Amparo, que encontró en él un guía sabio y ejemplar, para dirigir su alma con mano firme y delicada.

 

El P. Alfonso María López Sendín, O. C., director espiritual de Luz Amparo

Una señora llamada Paula Giralt (†), estando en El Escorial durante el otoño de 1980, oyó hablar de Amparo y de los hechos extraordinarios que le acontecían. Al comprobar la sinceridad de los testigos que la habían visto estigmatizada y lo impresionados que se manifestaban, no dudó en la veracidad de los hechos. Mostró enseguida vivo interés por conocerla y presenciar estos hechos, si tenía ocasión. Sin embargo, se retuvo de intentarlo enseguida, no queriendo curiosear donde no la habían llamado. Preocupada por si tenía una dirección espiritual apropiada, decidió visitarla y enterarse personalmente de ello. Cuando la conoció, supo que no tenía director espiritual fijo y que se confesaba con el sacerdote que tuviera más cerca, cuando lo consideraba oportuno. Entonces, Paula supo proponerle con acierto lo que enseña el doctor místico, san Juan de la Cruz, para estos casos: «Grandemente le conviene al alma que quiere ir adelante en el recogimiento y perfección mirar en cuyas manos se pone»[1]. De manera que le entregó un papel con los nombres de cinco sacerdotes que conocía, para que eligiera alguno como confesor habitual. Amparo señaló al P. Alfonso Mª López Sendín, O. C. Así, le comunicó a Paula que había escogido como director espiritual al primero de la lista, el P. Alfonso María, carmelita (†); por cierto, director de Paula también, cosa que Amparo ignoraba.

El P. Alfonso María López Sendín nació el 15 de marzo de 1906 en Lumbrales (Salamanca). A los 22 años, fue ordenado sacerdote y estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia. Fue cinco veces prior, superior mayor de Castilla, profesor de Teología y escritor; también componía con gracia poesías. Tuvo que viajar con frecuencia por Europa y América.

Pese a su avanzada edad (cuando conoció a Luz Amparo había superado ya los setenta y cinco años) en los inicios de los años ochenta era un sacerdote bastante activo. Gran difusor de las devociones a María, impulsaba y dirigía en horas vespertinas, en el populoso y agitado Madrid, el rezo del Rosario. Fue él uno de los principales impulsores del Rosario público que se empezó a rezar los primeros sábados de mes, desde 1975, en las plazas de Madrid, y del monumento nacional a la Santísima Virgen Madre, que se inauguró en octubre de 1998 y que se encuentra en el Parque del Oeste de la capital madrileña.

Primer sábado de mes rezando el rosario ante el monumento a la Virgen en el Parque del Oeste de Madrid

 

Acepta ser su director espiritual

Continuando con nuestra historia, por el mes de mayo de 1981, el P. Alfonso María fue preguntado si tendría inconveniente en confesar a la supuesta vidente de El Escorial. Contestó que él era un pobre ministro de Dios, que ejercía su ministerio lo mejor que podía con quien se lo pidiera, fuera quien fuera. Paula acompañó a Luz Amparo el primer día a la iglesia de «Nuestra Señora de las Maravillas», en la calle Príncipe de Vergara, 23 (Madrid), para presentarla al sacerdote carmelita. Al P. Alfonso ya le habían llegado noticias sobre una mujer, de quien se afirmaba que se le aparecía la Virgen en El Escorial. Incluso, le habían entregado alguno de los primeros mensajes, que ya circulaban en fotocopias.

Lejos de entusiasmarse, pero a la vez sin restar importancia al asunto, conservó su habitual espíritu templado, imperturbable, fiel a su talante contemplativo. Y puso a prueba a «esa persona tan especial» que venía a su confesionario por primera vez, en busca de dirección espiritual. El P. Alfonso recordaba aquel primer día en que Luz Amparo fue a confesarse con él: «Efectivamente, comencé a confesarla y ya la primera vez, al aproximarse al confesionario, noté un fuerte aroma como de rosas». Llegado el momento, Amparo se arrodilló sobre las tablas del confesionario y se dispuso, después de la salutación habitual en honor de la pureza de María, a confesar. Pero allí, en ese momento, el confesor la interrumpe y le dice: «Perdone, antes de que comience usted, me gustaría que tomara “esto” —le muestra su crucifijo— entre sus manos, y lo mantuviera así, apretado, durante todo el tiempo que dure la confesión». Amparo obedeció en silencio y prosiguió con lo que tenía que decir. Pasaron los minutos, un buen rato, lo normal… Al recibir la absolución, Luz Amparo le devolvió el crucifijo prestado que había tenido entre sus manos. Y refiere el P. Alfonso que, antes de guardarlo, cuando se disponía a besarlo como era su costumbre, le impactó un intenso olor a rosas que emanaba de él, el cual duró más de veinticuatro horas… Este hecho le maravilló sobremanera.

A partir de esa primera confesión, el docto y piadoso sacerdote fue el director espiritual de Amparo Cuevas. Su dirigida se lo tomó muy en serio, siendo siempre obediente a su padre espiritual; así guardó fielmente el consejo que la Virgen le repetía:

«Sé humilde, hija mía, guarda obediencia a tu padre espiritual, haz caso de sus consejos» (20-11-1981).

El P. Alfonso María fue un guía fiel y seguro para el alma de Luz Amparo, ayudándola a discernir correctamente el plan de Dios; hasta el 1 de febrero de 2002, primer viernes de mes, día dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, a quien tanto amaba, fecha en la que entregó su alma a Dios en olor de santidad.

 

(Continuará)

 

[1] Llama de amor viva, canc. 3, n. 30.

 

(Revista Prado Nuevo nº 16. Historia de las Apariciones)

 

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