web analytics
Sin comentarios aún

El Escapulario del Carmen

 
 

«En la historia de la piedad mariana aparece la “devoción” a diversos escapularios, entre los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad “recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio”»[1].

 

Corría el año 1251, cuando la Bienaventurada Virgen María, rodeada de un coro de ángeles, se manifestó a san Simón Stock, Superior General de los carmelitas, portando en sus benditas manos el escapulario del Carmen.

San Simón Stock nació en el Condado de Kent (Inglaterra) por el año 1165. Cuando llegaron los carmelitas a esta nación, al comprobar la vida de virtud que practicaban, pidió ser admitido entre ellos. El joven Simón se entregó de lleno a aquel género de vida, y muy pronto fue elegido Superior General de la Orden, a la que gobernó durante decenas de años.

Cuenta un Santoral del siglo XIV, que recoge la vida de los primeros santos carmelitas, que viendo Simón que su Orden era duramente atacada por algunos, acudía fervorosamente implorando la ayuda de la Virgen María. Tenía por costumbre el santo recitar cada día el bello himno «Flos Carmeli»: «Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del Cielo, Virgen Madre. Singular. ¡Oh Madre tierna!, intacta de hombre; a los carmelitas proteja tu nombre (da privilegios), estrella del mar».

Dice el mismo Santoral que una noche (la tradición dice que 16 de julio de 1251), mientras rezaba este himno, se le apareció la Bienaventurada Virgen María con el escapulario, tal como apuntábamos al inicio, y le hizo esta promesa: «Éste será privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno; es decir, el que con él muriese se salvará».

Desde entonces, la devoción del santo escapulario del Carmen empezó a divulgarse por todos los lugares. No solamente la gente sencilla comenzó a utilizarlo, sino que los reyes, príncipes, etc. se vestían con esta prenda tan enriquecida con indulgencias por los Papas.

 

 ¿Qué es el escapulario?

El Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia, que la Iglesia publicó, hace poco más de diez años, explica así su verdadero sentido:

«El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha convertido en una devoción muy extendida e incluso más allá de la vinculación a la vida y espiritualidad de la familia carmelitana, el escapulario conserva una especie de sintonía con la misma.

El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a Ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración»[2] .

 ¿Cómo hay que entender la promesa del escapulario?

El portar el escapulario del Carmen no significa que uno pueda llevar una vida de pecado y abusar de esta promesa de la Virgen. Para entender mejor esto, nos servirá lo que predicó una vez san Claudio de la Colombière en un sermón sobre la Virgen del Carmen en la iglesia de las Carmelitas de Lyon:

«No quiero lisonjearos: de ninguna manera se puede pasar de una vida licenciosa y desordenada a la vida eterna, sino por el camino de la sincera penitencia; pero ese sincero arrepentimiento en tal modo os lo sabrá facilitar la más cariñosa de las madres (...).

Si, a pesar de todas estas gracias, os obstináis en no cambiar de vida, si cerráis los ojos a tantas luces; en una palabra, si queréis morir en vuestro pecado..., ¡en él moriréis! Pero no moriréis con el escapulario. Vosotros mismos; sí, vosotros mismos, antes de morir reprobados y con el santo hábito, os despojaréis de él...»[3].

 

Anécdota

Virgen-del-CarmenEl siguiente hecho sorprendente fue contado por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón (†), que vivió esta experiencia en primera persona. Todo ocurrió cuando era obispo de Solsona:

Durante la Guerra Civil española, en 1938, le llamaron para asistir a un grupo de hombres que iban a ser fusilados. Había uno que no quería ni oír hablar de la confesión. Después de haberle dedicado media hora, el hombre dijo:

«—Mire, Padre, yo le agradezco muy sinceramente lo que usted está haciendo por mí. Comprendo que está pasando una mala noche por mi causa, ya que no ha de sacar ningún provecho de que yo me confiese. Le estoy sumamente agradecido, pero le suplico que no insista; desde ahora le puedo asegurar que no me voy a confesar. Yo fui educado cristianamente, pero he perdido la fe.

Quedé aturdido de momento; casi sin saber qué decir. Pero inspirado, sin duda, por la Santísima Virgen, me atreví a proponerle:

—¿Me haría un favor?

—El que usted quiera —me contestó—, con tal que no me pida que me confiese.

—¿Me permitiría que le impusiera el santo escapulario?

—No tengo ningún inconveniente. A mí no me dicen nada estas cosas; pero si con ello he de complacerle, puede hacerlo.

Le impuse acto seguido el santo escapulario del Carmen y me retiré enseguida a orar por él a la Santísima Virgen... Aún no habían pasado cinco minutos, cuando oí como una especie de rugido y unos sollozos fuertes y entrecortados, que me alarmaron. Entré de nuevo en la habitación y vi a aquel hombre que se me echaba encima llorando inconsolablemente, y que me decía, en medio de lágrimas:

—¡Quiero confesarme, quiero confesarme. No me merezco esta gracia de Dios. La Virgen me ha salvado!».

Poco antes de la ejecución, le abrazó y le besó, mientras decía:

—Gracias, Padre; gracias por el bien inmenso que me ha hecho. En el Cielo rogaré por usted. Gracias y hasta el Cielo.[4]

 

(Revista Prado Nuevo nº 6)

 

[1] Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia (Principios y orientaciones), n. 205 (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, [Ciudad del Vaticano, 2002]). Cf. Lumen Gentium 67.

[2] Ibíd., nº 205.

[3] Oeuvres complètes, t. 2, vol. 2, pp. 377-406.

[4] Cf. Segarra, I., Anécdotas marianas para hacer oración.

Publicar un comentario