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El Santo Rosario. Origen e historia

El Santo Rosario es una de las más excelentes y extendidas oraciones universales de la Iglesia, que ha arraigado profundamente en el pueblo cristiano. Su práctica expresa, por un lado, la piedad mariana de los fieles y, por el otro, la fe de éstos en la encarnación de Jesucristo. Es precisamente de esta fe de donde nace.

No es posible desvincular el Rosario del origen de la cristiandad y de su presencia en el mundo. Su historia arraiga ahí, en el seno y principio de esta religión, cuya práctica no hace otra cosa que recordar y reactualizar semejante misterio, el misterio de Jesús y de María. En los últimos decenios ha decaído mucho su devoción; tal vez por ello se esté relanzado ahora con tanta viveza inusitada desde los lugares de aparición, como acontece en Prado Nuevo.

 

Una definición del Rosario

San Pío V (1504-1572), que provenía de la orden dominica, fue conocido como “el primer papa del rosario”, con lo que es frecuente ver citadas sus bulas —Consueverunt y Salvatoris Domini— a la hora de instrumentar una definición sobre tan piadosa oración. “El rosario o salterio de la bienaventurada Virgen María —escribe el papa— es un modo piadosísimo de oración y plegaria a Dios, modo fácil al alcance de todos, que consiste en alabar a la santísima Virgen repitiendo el saludo angélico por ciento cincuenta veces, tantas cuantas son los salmos del salterio de David, interponiendo entre cada decena la oración del Señor, con determinadas meditaciones, que ilustran la vida entera de nuestro Señor Jesucristo”.

 

Un poco de historia

Santo-Domingo

La Virgen dando a Santo Domingo el Rosario

El santo pontífice Pio V atribuyó la invención del Santo Rosario a nuestro Domingo de Guzmán (1170-1221), fundador de los dominicos, con ello no se hacía sino eco de una leyenda difundida sobre todo por Alano de la Roche, OP. (1428-1478), un bretón también dominico, que ha pasado a la historia como el primer gran difusor del uso devocional del Rosario.

Sin ánimo de mermarle importancia a esta leyenda, pues es indudable que Domingo tuvo gran importancia en el lanzamiento y expansión de esta entrañable oración ya en su época —siglos XII y XIII—, es indiscutible que el salterio mariano (como se llamaba al Rosario por entonces) tiene bien documentada su existencia con anterioridad a la vida del fundador de la orden dominica. Sea como fuere, el Santo Rosario experimentó su principal desarrollo hasta llegar a ser lo que es hoy entre los siglos XII y XVI.

A comienzos de aquel siglo (XII) ya se recitaba una y otra vez, con el Pater intercalado, el Ave María; pero sólo en su primera parte, esto es, con la salutación del ángel y la bendición de Isabel, la prima de la Virgen. En los monasterios, no pocos monjes iletrados sustituían por entonces el salterio bíblico, que necesitaba lectura, con este tipo de oración o salterio mariano, que recitaban de memoria. Más tarde, el nombre de Jesús se incorporará en el Ave hacia finales del siglo XV, cuando concretamente en 1483 se añade al Rosario la segunda parte o recitación del Santa María, a la que se completa en el mismo instante con la locución de clausura “Amén”. En este itinerante proceso, quien realizó la ulterior subdivisión del salterio mariano de las Ave, repartiéndolo en quince unidades o decenas, e intercalando entre decena y decena un Padrenuestro, fue el monje cartujo Enrique de Kalkar, en el siglo XIV.

 

El Rosario meditado

Sin embargo, no se meditaban todavía los misterios entre la repetición de haces decenarios. Esto apareció entre 1410 y 1439 con Domingo de Prusia, otro cartujo (de Colonia). Con estas oraciones en forma de decenas y con las meditaciones intercaladas, el coetáneo de Domingo de Prusia y mencionado más arriba, Alano de la Roche, empezó en sus predicaciones a llamar al salterio mariano “rosario de la bienaventurada virgen María” y a distinguir con claridad dos tipos de Rosarios: el “rosario viejo” (o salterio sin meditaciones) y el “rosario nuevo” (o salterio con meditaciones), el cual, en sus propuestas devocionales, perfilaba ya las tres partes de los misterios meditados: encarnación o de gozo; pasión y muerte o de dolor; y de gloria de Cristo y de María o gloriosos. Con ello concluye el siglo XV.

Luego, en la siguiente centuria, y al irse difundiendo entre las gentes la oración y hacerse su práctica más popular, otro dominico, Alberto de Castello, en 1521, procedió a la simplificación o reducción del salterio, a todas luces ya “Santo Rosario”, resumiendo los misterios a quince principales. Todo lo cual ha llegado así hasta nosotros: un proceso que, sin ser alterado lo más mínimo, sí ha conocido un último retoque con el añadido de un cuarto misterio a los tres mencionados del dominico Alano, propuesto a la Iglesia por el beato papa polaco Juan Pablo II (1920-2005). Es así como esta devota oración mariana, pues nació con esa vocación, ha conseguido reunir o circunscribir en una todo el misterio evangélico y su historia, con sus momentos de “gozo”; sus instantes “luminosos”; sus de dolor y muerte; y sus apoteosis de resurrección y gloria, en la mención y presencia constantes sus dos principales protagonistas: Jesús y María, el Hijo y la Madre la redención humana.

 

El Magisterio pontificio y el Rosario

Veamos ahora qué nos dice el magisterio de la Iglesia sobre esta maravillosa oración y cuáles son, por último, sus contenidos teológicos.

Hemos aludido ya al pontífice san Pio V como el “primer papa del rosario”, quien, además de habernos aportado su definición, hace sobre esta devoción mariana algunas recomendaciones interesantes. Es un salvoconducto para la superación de guerras y calamidades —indica este papa dominico, el papa de la victoria de Lepanto—; y prosigue, es un medio de ayuda sencillo al alcance de todos; tiene una gran eficacia frente a las herejías y enjuga los peligros contra la fe; y es también un poderoso instrumento de conversión; por lo que —concluye la síntesis de san Pio V— el rezo del Santo Rosario es altamente recomendable para el pueblo cristiano. Tras su muerte, su sucesor en el solio pontificio, Gregorio XIII (1502-1585) fue quien instituyó la fiesta solemne del Rosario con la bula Monet Apostolus, introduciendo dicha fiesta en el calendario litúrgico en el primer domingo de octubre, mes de María para los católicos junto al florido mayo. Desde Gregorio XII (1326-1417) a León XIII (1810-1903) son cuantiosos los escritos papales sobre el Rosario; más lo que estos y otros papas han dicho sobre esta portentosa plegaria lo veremos en el siguiente número de Prado Nuevo, donde ahondaremos algo más sobre sus propuestas teológicas y espirituales y sobre las muchas veces que la Virgen de El Escorial ha hablado en sus Mensajes del Santo Rosario, tanto como de su cultivo.

Por Isidro-Juan Palacios

 

(Revista Prado Nuevo  nº 7)

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