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Esteban Reñones

 

«Logré con la gracia de Dios dar el gran paso hacia la Vida»

 

Me llamo Esteban, tengo 42 años y soy de Madrid. Siempre me he considerado un chico normal, extrovertido, alegre y rodeado de amigos… Quizás lo peor es que muchas veces me dejaba influenciar y llevar de las compañías, frecuentando ambientes donde me ponía en riesgo de caer en pecado; reconozco que siguiendo esos caminos ofendí muchas veces al Señor.

Después de recibir la Confirmación, empecé a dejar la vida parroquial y vivir más la vida de la calle, fuera de la fe. Sólo quería salir con los amigos de fiestas, discotecas, etc. Esto era lo que entonces me «llenaba» y que yo creía que me hacía feliz. Llevaba una vida desordenada en lo moral, y sobre todo en lo espiritual; en mi interior sentía un vacío enorme, que intentaba llenar con todo lo que el mundo me ofrecía. Vivía una vida ficticia, aparentando siempre que era feliz. Por lo cual, el que se hacía daño y se engañaba así mismo, era yo.

 

Viaje inesperado (y providencial) a El Escorial

Después de años alejado de Dios, un buen día, mi madre me dijo insistentemente que la llevara con unas amigas a rezar a Prado Nuevo de El Escorial, porque en esa ocasión no podían acudir por ningún medio. A mí me fastidió, porque ya había quedado para ir de fiesta con mis amigos. Me dijo que allí se aparecía la Virgen y la gente recibía muchas gracias. Yo la dije que eso no se lo creía nadie, no la hice ni caso, pero insistió tanto…, que tuve que aceptar. Mi madre llevaba ya tiempo acudiendo a Prado Nuevo, y en casa creo que no se sabía nada. Pues ahí me veo, ¡con mi madre y el coche lleno de mujeres mayores!, en aquel —ahora puedo calificarlo así— bendito primer sábado de mes. Todos a rezar a un lugar donde no se me había perdido nada… Iba, pues, con el pensamiento de volver de allí cuanto antes y seguir con lo que tenía planeado para aquel día…

Así que ahí me tenéis en Prado Nuevo aquel primer sábado de mes… ¡Jamás había visto tantas personas rezando juntas! Lo que me sorprendió es ver a las personas enfermas, muchas de ellas impedidas, rezando con mucho fervor… Y lo que nunca había visto antes —acostumbrado a ver las iglesias llenas de mujeres—: muchos hombres rezando el Rosario. Recuerdo que según entré, salí, pasando de todo y con el pensamiento puesto en la fiesta que me esperaba con mis amigos.

Pero…, sin darme cuenta algo pasó en mi interior… Quiero resaltar, como anécdota, que por entonces mi trato con los pobres no era muy bueno que digamos. Sin embargo, después de aquel viaje a El Escorial, al encontrarme de nuevo con el mismo pobre, ante el que me cruzaba de acera para no darle nada, ahora, me daba pena y tenía necesidad de ayudarle… Esto para mí fue tan chocante que no se quedó ahí, sino que iba sintiendo la necesidad de darme a los demás, a mi familia y en todos los ambientes que vivía. Sin saber cómo me sentí atraído por las cosas de Dios. El Señor me estaba llamando para seguirle y servirle; a través de la Virgen María, que tocó mi corazón dormido y triturado por tanto pecado en tantos años apartado de Dios.

 

Mi primera confesión

Las cosas religiosas empezaban a atraerme, a la vez que empecé a leer los mensajes de la Virgen. Estoy seguro que el Señor y la Virgen tenían a mi madre de «compinche». Ella comenzó a enseñarme todo… Después de tantos años sin rezar, no recordaba ni el Padrenuestro. Empecé a acudir con asiduidad al Prado junto a ella, me enseñó a rezar el Rosario, y no dejaba de repetirme que debía confesarme y acudir a Misa. Y llegó mi primera confesión, después de muchos años sin acudir a este sacramento… La verdad es que no sé cómo el sacerdote tuvo tanta paciencia conmigo, porque llevé una cara de un folio entera llena de pecados, que le iba leyendo, uno por uno, compungido de dolor. ¡En mi vida había sentido algo tan grande cómo lo que sentí después de aquella confesión! Fue tal liberación, que creí flotar por el aire al instante de salir del confesionario. ¡Qué grande es la gracia de Dios cuando entra en el alma arrepentida!

 

Contacto con la Obra de Prado Nuevo

Al ir acudiendo a Prado Nuevo, empecé a conocer a peregrinos, hacer amistades, sobre todo con los chicos y demás personas de la comunidad de la Virgen de los Dolores. Según trataba con ellos, recuerdo que me quedaba pasmado al escuchar sus experiencias de conversión y vivencias. Todo ello era como perlitas que el Señor iba engarzando en mi corazón, para palpar con todos mis sentidos que estaba ante una autentica obra de Dios. Un buen día, un chico de la Comunidad me llevó a visitar una de las residencias de la Obra de la Virgen… Cuando vi con mis propios ojos a las Hermanas cómo cuidaban y daban todo su amor y cariño a los abuelos —muchos de ellos muy ancianitos y otros muy enfermos—, y comprobar lo bien cuidados y aseados que estaban, y que a ninguno le faltaba de nada… Y cómo no les faltaba la atención espiritual con su capilla, los cuidados médicos… Y cómo las hermanas se pasaban las 24 h. con ellos, de día y de noche… Se palpaba en el ambiente el amor que reinaba allí, debido a su entrega total a Dios y a los demás.  Esto, para mí, ¡fue la prueba definitiva de que el Señor y la Stma. Virgen estaban obrando directamente en este lugar!

 

La vocación y el primer encuentro con Luz Amparo

En cuanto a mi vocación, no vino de modo fulminante después de la conversión; más bien, fue de algo pausado, poco a poco. El Señor y la Virgen me han llevado de la mano y enseñado todo; y yo, como Santo Tomás, tenía que ver para creer.

El momento más especial, profundo e impactante, fue el día que hablé por primera vez con Luz Amparo Cuevas. No lo olvidaré mientras viva. ¡Yo estaba aterrado, porque era un gran pecador, pensando todo lo que me podía recriminar! ¡Qué equivocado estaba! Pero, ¡qué mujer más sencilla! Con qué amabilidad y respeto me habló, mientras yo notaba la gracia de Dios que, a través de ella, entraba en mi alma. Lloré como una «magdalena»… Es como si en un instante vieras y comprendieras todas tus miserias, teniendo presentes todas las ofensas hechas a Dios en tu vida. Ahora sí que tenía claro que quería dedicar toda mi vida al Señor, lo sentía dentro de mí; ya no me importaba nada del mundo, que antes creía me llenaba, ni el trabajo, coche y piso propio que tenía, el dinero, etc. No deseaba nada de eso, todo se lo quería dar al Señor. Mi corazón se desbordaba, y sin más miramientos, instantáneamente, pedí entrar en la Obra, estaba completamente decidido.

 

Serias dificultades y paso definitivo

Pero no fue tan fácil: sólo mi madre aprobó mi decisión, mientras tuve una fuerte oposición por parte de otros miembros de mi familia. Tal fue la tensión creada y su actitud hostil, que tuve que posponer mi traslado a El Escorial. Los miembros de la Asociación me aconsejaron llevarlo con mucha paciencia, y antes de entrar definitivamente en la Comunidad Vocacional, tener todas mis cosas arregladas. En esta breve etapa, de tan sólo unos meses, se multiplicaron los problemas, sobre todo en mi casa. Por otra parte, los amigos me buscaban, me ofrecieron un trabajo ganando mucho dinero, etc. Fue dificilísimo. Entonces, Dios me concedió la gracia para rezar continuamente, ir todos los días a Misa y rezar el santo Rosario.

Por fin llegó el momento más esperado, el de mi partida de la casa de mis padres a la casa donde Dios me esperaba, por medio de esta obra de la Iglesia. Fue aquel bendito nueve de mayo de 2004, en el mes de la Virgen y a primera hora de la mañana, con el coche cargado con todas mis cosas y despidiéndome de  mi madre, contento como unas castañuelas, camino de El Escorial. «Es el día más feliz de mi vida», pensé. Después de tanta lucha y persecución.

Esteban Reñones

 

(Revista Prado Nuevo nº 18. Testimonios)

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Comentarios (1)

  1. Responder
    Mª Irene Abad says:

    Hola Esteban, suelo verte en Prado Nuevo, sobre todo los primeros sábados de mes, me alegro que el Señor y la Santísima Virgen te atraparan, claro que para eso también influyo tú querida Madre, que ya
    se encargo de ponerle” un telegrama urgente a nuestra Madre,María y a su hijo Jesús, en estos momentos no sabes quien soy, pero suelo tener tú saludo cuando llego. Un abrazo y que sigas por ese camino.

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