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Hna. Lucia Sousa

 

“Todo empezó para mí en El Escorial”

 

Nací en Portugal en 1985; es decir, hace 27 años, en una familia estupenda, pero donde no se practicaba la religión. Bueno…, mi madre y mis tíos estaban todos bautizados, pero más por costumbre que por razones espirituales de peso. Mis padres se separaron antes de que yo naciera y ni siquiera pudieron bautizarme, y así fue como estuve hasta los trece años.

Como acabo de decir, cuando tenía esa edad de los trece, a mi madre le hablaron de un lugar en España donde se aparecía la Virgen María, y me preguntó si yo querría acompañarla para ver cómo era aquello. Así lo hicimos. La peregrinación en sí me pareció aburrida, con muchas abuelas rezando. Dormimos la mayor parte del camino. Por si fuera poco, en El Escorial era diciembre, y hacía un frío intenso. Sinceramente, mis impresiones nada más llegar no fueron las mejores. Pero cuando escuché el mensaje que, por entonces, se ponía en Prado Nuevo —aunque, al ser en español, no lo entendiera del todo bien—, me pareció tan lógico y natural que no se me pasó por la cabeza ponerlo en duda.

 

Aquello significaría para mí un cambio de vida

Cuando volvimos a casa, mi madre trajo consigo los Mensajes publicados, y empezamos a leerlos con los diferentes temas que trataban: la oración, el sacramento de la Penitencia, el amor a Dios y a los demás, el castigo, los tres días de tinieblas; etc. Todo me parecía coherente y las palabras simplemente verdaderas. ¡Aquí fue cuando empezó nuestra conversión!

Yo tenía que ser bautizada y mi madre, Filo, confirmada. Empezamos a ir a Misa y a “practicar”, como se suele decir. Estos acontecimientos coincidieron con una edad difícil para mí, la de la tontería, y muchas veces la impaciencia de mi madre chocaba de frente con mi pereza para “cumplir” con todas estas cosas nuevas. Recuerdo que muchas veces no tenía ganas de volver a El Escorial, porque sabía que volvería distinta, con problemas de conciencia, ya que no correspondía a lo que Dios quería de mí. Ir a Prado Nuevo significaba, para mí, cambiar de vida. El ejemplo de los padres es muy importante y casi siempre da fruto, aunque en ciertos momentos puedan parecer pesados.

La vida continuó. Tuve mi época de rebeldía, como todos los adolescentes, pero Dios siempre estuvo ahí. Gracias a los viajes a El Escorial, el ejemplo perseverante de mi madre y las constantes llamadas que el Señor me dirigía al corazón y a la conciencia, me libré de muchas cosas terribles en esos años y pude salir de otras en las que sí llegué a caer.

 

En El Escorial y con Amparo cambió mi futuro

Finalmente, con diecinueve años, el Señor me llamó irresistiblemente. Estaba haciendo el segundo año de Comunicación Social en la Universidad Técnica; tenía una vida bastante agradable y con perspectivas de futuro. Pero cada vez que iba a El Escorial, todo eso me parecía insignificante y secundario.

¿Cómo definir la vocación? No es fácil responder, ya que cada persona la experimentará de una manera. La mía empezó con una sensación muy fuerte de estar desperdiciando mi vida; de sentir que tenía que estar en otro sitio, y que tenía que darme por completo… A raíz de la peregrinación de diciembre de 2004, todo esto se intensificó, porque llegó Él. Si Jesús se me hubiese puesto delante —cosa que no ocurrió—, no hubiera sido más contundente que el “bombardeo” que sentí en mi alma a partir de entonces. Todo me hablaba de Jesús, y todo lo que no fuera Jesús era simplemente poco interesante. Todo lo que antes me deslumbraba, todos mis gustos me parecían vacíos. Veía muy claro que me llamaba y me llamaba incesantemente, pero no sabía qué hacer. Y aquí interviene Luz Amparo.

En Abril de 2005, volvimos a El Escorial y hablé con Amparo. Tenía miedo que me dijera que ni lo pensara, que yo no valdría para esto, que quién me creía yo que era, y cosas así… Pero no; no me hizo preguntas difíciles. Por el contrario, fue muy cariñosa conmigo y me preguntó cuándo quería entrar, y yo respondí: “¡Mañana mismo!”. Y bueno… Aquí estoy.

Un año y medio después, entró mi madre en la Obra, también como hermana reparadora. En la actualidad, también está en una de nuestras casas mi abuela materna, feliz de la vida, asistida por las Hermanas de la Residencia, que se encuentra en Griñón. Es una casa donde reina la verdadera caridad, donde —aún con defectos, como todo el mundo tiene— se acoge a las personas con verdadero amor, que es lo que más nos enseñó nuestra Fundadora, Luz Amparo.

Quien sienta vocación para esta Obra, le animo a seguir adelante, porque vale la pena vivir sobre las alas de Dios.

Hermana Lucia Sousa

 

Hna. Lucía pintando las uñas a una abuelita

 

(Revista Prado Nuevo nº 3. Testimonio)

 

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