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Homilía del Primer Sábado de Mayo de 2016, D. Abilio Rivas

 

Prado Nuevo de El Escorial (7-5-2016)

 

 

Queridos sacerdotes,

queridas Hermanas Reparadoras,

queridos peregrinos:

 

Hace unos días comenté con un amigo que vendría en una peregrinación a Prado Nuevo, lugar donde Nuestra Señora se ha aparecido muchas veces bajo la advocación de “Virgen Dolorosa” o “Nuestra Señora de los Dolores”. Se mostró muy sorprendido y, con la libertad que nuestra amistad se lo permite, me ha preguntado si fue su catequista quien le mintió cuando le enseñó que en el cielo gozaremos de todos los bienes, sin mal alguno; o era yo que ahora le estaba mintiendo hablándole de los dolores de Nuestra Señora en el cielo. Y remataba: “uno de vosotros ha mentido”.

 

I. Diversos tipos de dolores

Esta postura de mi amigo, que me ha parecido pertinente, me ha llevado a reflexionar acerca de los distintos tipos de dolores, de los cuales podemos destacar:

Dolor físico, es decir, dolores del cuerpo, consecuencia de enfermedades, de heridas, de desastres… Por supuesto que estos no existirán en el cielo. Ahí, nuestros cuerpos asumirán el estado de cuerpos gloriosos, inmunes a todo dolor y repletos de toda alegría.

Dolor moral. Son los dolores o penas que se sufren cuando se cometen algunos actos malos o pecados de los cuales después nos arrepentimos. Es el dolor necesario para obtener el perdón de Dios. En el cielo, estaremos tan compenetrados por la misericordia divina que ya ninguna de las flaquezas humanas nos afectará.

Dolor psicológico. Es el recelo del mal que nos pueda acontecer. Hay personas que pasan la vida amedrentados por el mal que les pueda suceder, viviendo continuamente angustiadas. (Recuerdo el pánico que tienen algunas personas que van a hacer un viaje de avión… días antes ya dejan de dormir, preocupadas por lo que pueda suceder, o peor todavía, el miedo a un atentado terrorista). En el cielo ganaremos conciencia de que nada malo nos podrá acontecer. No habrá, pues, dolor psicológico.

Dolor de amor. Son aquellos que nos atormentan cuando alguien, a quien amamos, sufre alguna enfermedad grave, o se mete en malos caminos morales o sociales; caminos de deshonra o de posible condenación, caminos de rechazo del amor que le dedicamos. ¡Cuántas lágrimas, derramadas por padres de familia he ayudado a secar! ¡Cuántas! ¡Cuántas! Casi todas las semanas en ese tribunal sagrado del perdón, que es el Sacramento de la Confesión.

Antes que os diga si este tipo de dolor existe o no en el cielo, me permitís que os cuente uno de los innumerables casos de “dolor de amor” que tantas veces he intentado aliviar. Hace poco tiempo, en un Santuario del norte de Portugal, dedicado a San Benito –conocido por “São Bento da Porta Aberta”–, donde me desplazo normalmente los domingos para escuchar confesiones, viví, una vez más, una de esas situaciones, en que me apareció una persona, bañada en lágrimas, para que Dios, por intercesión de San Benito, curase a su hijo.

¿De qué se trataba? Nada más y nada menos, de un hijo, educado con el más esmerado cuidado, solo que, rechazando los repetidos consejos de sus padres para evitar ciertas compañías, a los 18 años acabó por caer en el vicio de la droga. Por causa de la droga cae en el robo, y por causa del robo fue a la cárcel. Fue varias veces liberado, pero otras tantas encarcelado. “Un infierno”, concluía esta señora con el rostro bañado en lágrimas. Un infierno!!!

¡Qué dolores y lágrimas no genera el amor! Cuántas lágrimas!!! Sí, cuántas lágrimas, repito, tuve que enjugar de los ojos de padres heridos por el comportamiento de sus hijos!!! Cuántas! Cuántas!!! Amor, cuánto dolor provocas! Amor de padres! Amor puro, desinteresado, preocupado con el bien de sus hijos y muy poco con su propio bien. Mejor, su propio bien es el bien de los hijos, y el mal de sus hijos es su gran mal. Y de existir algún mal, los padres prefieren que el mal recaiga sobre si y no para sus hijos. Cuántos testimonios –de amor– he recibido en ese sentido. Cuántos!!!

 

II. El dolor que existe en el cielo

Este dolor, consecuencia del amor desinteresado, puro, altruista, exclusivamente centrado en los demás, existe en el cielo, concretamente en Jesús y en Nuestra Señora. Muchas son las apariciones de la Santísima Virgen, y también de Jesucristo, para demostrar eso mismo.

No me sorprende. Dios es Padre y la Santísima Virgen es Madre. Padre y Madre que aman perdidamente, locamente, a todos sus hijos que somos nosotros. Ellos aman en todas las circunstancias; lo mismo cuando los hijos les abandonan, o deshonran, o insultan, o ultrajan, como tantísimas veces ocurre. Y si, a pesar de todo, entre los humanos hay padres que llegan a despreciar a sus hijos y a desearles lo peor en la vida, jamás con Dios o con la Santísima Virgen eso llega a suceder. Aman siempre y siempre les intentan encaminar para el bien. Sufren. No por ellos, sino por ver a sus hijos en el camino de la perdición. Sufren, no por el mal que les hacen, sino por el mal que los hijos están preparando para sí mismos: la CONDENACIÓN ETERNA.

Dolorosa-sil-4Sufren. Las demostraciones son muchas. Muchísimas. En las 36 apariciones de Nuestra Señora relatadas por la talentosa investigadora Junice T. Connel en su libro “Encuentros con María”, en todas ellas Nuestra Señora se queja, de alguna forma, de los sufrimientos causados por la ingratitud de los hombres al despreciar la misericordia divina. Son llamadas que hace la Santísima Virgen en La Salette (Francia), en Siracusa (Italia), en Fátima (Portugal), etc. Y, más que en cualquier otro lugar, el cielo se manifiesta aquí en Prado Nuevo, donde tanto la Virgen, como Jesús, se muestran aplastados por los dolores de ingratitud.

Recordemos apenas algunas de las manifestaciones de dolor manifestadas aquí en este lugar. Aquí, donde las manifestaciones de dolor son compartidas tanto por María, como por Jesús, su Divino Hijo. Es una de las particularidades de las apariciones de Prado Nuevo, donde la Virgen habla de los dolores compartidos por ambos. Dolores de amor, dolores de Padre y de Madre amorosos.

 

III. Recordemos algunos pasajes

Es con lágrimas de gran tristeza que Nuestra Señora se aparece a Luz Amparo en este lugar. Es con gruesas lágrimas y en actitud de oración, suplicando la misericordia de Jesús para que dé más oportunidades a los pecadores a quienes ella, a pesar de todo, ama con todo su corazón. Es con lágrimas de amargura, como nunca se había visto antes, que la Virgen se presenta en Prado Nuevo aquel 14 de Junio de 1981.

Por eso, la Madre llora! Lo sabemos por experiencia que sólo se llora por alguien que se ama y se ve sufrir, o morir, o corre algún peligro grave. Lo mismo pasa con la Virgen Santísima.

María llora porque ama! Llora por nuestros desvaríos. Es el mismo Jesús que lo dice: “Mi Madre está (muy) triste y llora por todos los pecadores” (El Señor, 6-7-1981). “Díselo a todos… que mi Madre está sufriendo mucho por todos ellos… está constantemente sufriendo, llorando. No se podrían meter en ningún envase las lágrimas que derrama mi Madre diariamente por todos ellos” (El Señor, 23-10-1981).

Y la Virgen acrecienta: “Adviérteselo a todos que es horrible el dolor que tengo” (La Virgen 23-10-1981).

 

IV. Verdadera causa del dolor

María llora no propiamente por causa de las ofensas y blasfemias proferidas contra ella, sino porque “mi Corazón –dice ella– estará traspasado de ver cómo a muchos de mis hijos se los llevan al fondo del abismo” (La Virgen, 25-9-1981).

Sí, esta es la verdadera causa de su sufrir y sus consecuentes lágrimas. Ella sufre al ver sus hijos seguir por caminos de condenación; caminos que los conduce “al fondo del abismo”.

Y la Virgen Santísima insiste ansiosamente para que sus hijos se conviertan y se salven, pero, desgraciadamente, no le queda más que el lamento “no hacen caso de los mensajes de su Madre, que tanto sufre por ellos” (La Virgen, 2-10-1981). Por eso se presenta como la Virgen de los Dolores.

Y Dios también sufre. Es ella, la Virgen que nos informa de eso: “¡Qué tristeza siente el Padre de ver que se condenan tantas almas!” (La Virgen, 25-9-1981).

 

V. Procuran Cirineos

Sufre el Padre, sufre la Madre, y buscan entre los creyentes y personas de buena voluntad, nuevos cirineos que les ayuden a llevar la cruz. Personas que, como Luz Amparo, acepten y “unan” sus dolores a los dolores de la Virgen Madre “para salvar el mundo” (La Virgen, 8-9-1981).

“Vengo a buscar alivio en mi Corazón. En este lugar, alivian mucho mi Corazón (con) tantas y tantas avemarías. Los hombres están abismados en el mundo, en la tiniebla, y se introducen en el pecado… (Cada día) aumenta más el pecado… Los hombres, (están) cada (vez) más metidos en los placeres del mundo” (La Virgen, 5-1-2002).

Queridos hermanos, nuestra presencia aquí puede ser motivada por varias razones. Incluso la búsqueda de auxilios de distinto orden. Sin embargo, entre las varias razones, no debe faltar la entrega de nosotros mismos a fin de que seamos los nuevos cirineos que la Madre anhela. Cirineos por la oración, por el sufrimiento, por la caridad, por la ofrenda de nuestros dolores y nuestras vidas. Que en cada uno de nosotros “se haga siempre su Santa voluntad”.

 

Conclusión

Virgen Dolorosa, Madre de los Dolores, hemos querido, una vez más, recordar aquí vuestros horribles sufrimientos, consecuencia de los pecados de la humanidad y de los nuestros, en el pasado y en el presente.

Hemos querido recordarlos:

1.     para pediros perdón y prometeros que intentaremos llevar una vida de más armonía con la voluntad de vuestro Hijo y la Vuestra;

2.     agradeceros la generosidad con que sufristeis, sabiendo que era para nuestra salvación;

Imagen por atrás de D. Abilio dando la homilía

Imagen desde atrás de D. Abilio dando la homilía

3.     para pedir vuestra protección y auxilio para todos los que sufren: a) padres y madres que lloran la muerte física o espiritual de sus hijos; b) padres y madres cuyos hijos se han marchado de casa a sitios inciertos, incomunicables; c) padres y madres cuyos hijos tuvieron que emigrar para tierras y gentes desconocidas; d) padres y madres cuyos hijos son víctimas de injustas agresiones o injustas condenaciones; e) esposos obligados a dejar jóvenes esposas para partir en busca de medios de supervivencia; f) de esposas privadas del cariño de sus maridos por ausencia o traición; g) de mujeres que han abortado o sienten la tentación de hacerlo.

 

De todas las calamidades de nuestro tiempo, sálvanos, Señora! Sana nuestras heridas y defiéndenos de todos los peligros, para que lleguemos todos a la gloria de la bienaventuranza eterna. En ti confiamos y depositamos nuestra esperanza!

Virgen Dolorosa, Ruega por nosotros. Amén.

 

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