INTRODUCCIÓN (1)
Con este título iremos publicando —D. m.— textos de san Alfonso María de Ligorio sobre la Pasión del Señor, de la que ha dicho la Virgen en los mensajes de Prado Nuevo que está olvidada de la Humanidad: «Mi Corazón está dolorido (…); está transido de dolor por la agonía y Pasión de Cristo. Meditad en la Pasión, hijos míos, que está olvidada» (12-8-1982). Comenzamos con una reseña biográfica de este santo doctor de la Iglesia y unas consideraciones del mismo santo para el lector del libro.
Datos biográficos
San Alfonso María de Ligorio nació en Marianella, cerca de Nápoles, el 27 de septiembre de 1696. Siendo aún niño, fue visitado por san Francisco Jerónimo, el cual le dio una bendición y predijo: «Este chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien». A los 16 años —caso excepcional—, obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios.
Para conservar la pureza de su alma, escogió un director espiritual, visitaba frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y huía de todos los que tuvieran malas conversaciones.
Su padre, que deseaba hacer de él un brillante político, le pidió que estudiara varios idiomas modernos, aprendiera música, artes y detalles de la vida caballeresca. Como abogado, el santo obtenía importantes triunfos; sin embargo, no estaba satisfecho ante el gran peligro que existía en el mundo de ofender a Dios. Por revelación divina, san Alfonso María abandona todo y decide convertirse en apóstol incansable del Señor Jesús. La tarea no fue fácil; se tuvo que enfrentar, con gran lucha espiritual, a su padre y familia, a sus amigos y a sí mismo. Al fin, a los 30 años de edad logra ser ordenado sacerdote, y desde entonces se dedicó a trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras ciudades, a quienes les enseñaba el catecismo.
El 9 de noviembre de 1752 fundó, junto con otros sacerdotes, la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas), y siguiendo el ejemplo de Jesús se dedicaban a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el Evangelio. Durante 30 años, con su equipo de misioneros, san Alfonso recorrió campos, pueblos, ciudades, provincias…, permaneciendo en cada lugar 10 ó 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.
San Alfonso María de Ligorio fue un escritor muy prolífico; al morir dejó 111 libros y opúsculos impresos y dos mil manuscritos. Durante su vida, fueron publicadas 402 ediciones de sus obras. Entre ellas, Las Glorias de María —quizás la más conocida—, Práctica del Amor a Jesucristo, entre otras. Y la obra que vamos a presentar sobre la Pasión de Cristo, que ha recibido diferentes títulos.
En 1762, el Papa lo nombró obispo de Santa Águeda. Quedó aterrado y dijo que renunciaba a ese honor. Pero el Papa no le aceptó la renuncia. «Cúmplase la Voluntad de Dios —exclamó—. Este sufrimiento por mis pecados», y aceptó. Tenía 66 años y permaneció al frente de la Diócesis por 13 años, donde predicó el Evangelio, formó grupos de misioneros y dio catequesis a los más pequeños y necesitados.
Sus últimos años estuvieron llenos de sufrimientos y enfermedades dolorosas; Dios lo probó con enfermedades. Fue perdiendo la vista y el oído. «Soy medio sordo y medio ciego —decía—, pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo acepto con gusto». El santo soportó pacientemente todos estos males, rezando siempre por la conversión de los pecadores y por su propia santidad. San Alfonso María de Ligorio muere el 1 de agosto de 1787, a la edad de 90 años. El papa Gregorio XVI lo canonizó en 1839. Y Pío IX lo declara Doctor de la Iglesia en 1875.
Para el lector
Consideraciones y reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo, expuestos con la sencillez y llaneza que la refieren los sagrados evangelistas
En mi libro sobre las «Glorias de María», prometí escribir otro para ti que tratara del amor de Jesucristo; pero a causa de mis enfermedades corporales, mi director no me permitió mantener mi promesa. Me ha sido escasamente posible publicar estas cortas reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo. Estas reflexiones, sin embargo, contienen la esencia de lo que había reunido para mi tema, reteniendo sólo lo que se refería a la Encarnación y el nacimiento de nuestro Salvador, que tenía la intención de componer con ella un trabajo para la novena de Navidad, que publicaré después, si obtengo permiso. Sin embargo, espero que el poco trabajo que te ofrezco este día sea agradable para ti, especialmente ya que te será presentado, con el fin regular, de pasajes de la Sagrada Escritura que se refieren al amor que Jesucristo nos mostró en su muerte; pues no hay nada más apto para estimular un cristiano al amor de Dios que la palabra de Dios en sí que se extrae de la Santa Escritura.
Ofrezcamos, pues, el amor de Jesucristo, que es nuestro Salvador, nuestro Dios, y nuestro bien supremo. Ésta es la razón por la cual los invito a echar un vistazo a la Pasión; para que encuentres en ella todos los motivos que podamos tener para esperar la vida eterna y amar a Dios; y en esto consiste nuestra salvación.
Todos los santos apreciaban una tierna devoción hacia Jesucristo en su Pasión; éste es el único medio por el que se santificaron. El padre Baltasar Álvarez, como se lee en su vida, solía decir que uno no debe pensar en haber hecho nada, siempre y cuando uno no ha logrado tener presente en su corazón a Jesús crucificado. Su método de oración consistía en colocarse a los pies de Jesús crucificado, meditando sobre todo en su pobreza, sus humillaciones, dolores, escuchando la lección que nuestro Señor le hizo escuchar desde lo alto de la Cruz. También puedes esperar santificarte si continúas de la misma manera considerando lo que tu divino Redentor ha hecho y sufrido por ti.
Pregúntale, sin cesar, que te dé su amor; y esta gracia que no te debes cansar de pedir de tu Reina, la Virgen, que es llamada la Madre del hermoso amor. Y cuando pidas este gran regalo para ti mismo, pídelo también para mí, que he querido contribuir a tu santificación al ofrecerte este pequeño trabajo. Prometo hacer lo mismo para ti con el fin de que, un día, en el Paraíso, podamos abrazarnos en una santa caridad, y podamos reconocernos como sirvientes de nuestro más amable Salvador, encontrándonos unidos ahí en la sociedad de los elegidos para ver por siempre, cara a cara, y el amor por toda la eternidad, Jesús, nuestro Salvador y nuestro amor. Amén. (Continuará)