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La verdadera devoción a María

 
San Luis María Grignion de Montfort

Ofrecemos este artículo, cuyo contenido fue escrito por uno de los santos que más bellamente y con más profundidad ha hablado de la Virgen: san Luis María Grignion de Montfort. Sus palabras muestran un amor ferviente a la Madre de Dios y nos enseñan, en breves y sencillos trazos, en qué consiste la verdadera devoción a nuestra Señora. El texto se encuentra en su obra Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, imprescindible entre las dedicadas a María Santísima. Obra que San Juan Pablo II leyó con auténtico fruto espiritual en su juventud: «La lectura de este libro supuso un viraje decisivo en mi vida», le confiaba a André Frossard en No tengáis miedo, libro-entrevista de este autor. Su lema «Totus tuus» fue extraído, precisamente, de la fórmula de consagración a la Virgen de san Luis María Grignion: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt» («Todo Tuyo soy y todo lo mío es Tuyo»).

 
 

La verdadera devoción a la Santísima Virgen

 

  1. Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Ésta es: 1º: interior; 2º: tierna; 3º: santa; 4º: constante y 5º: desinteresada.

 

1º. Devoción interior

  1. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella, de la alta idea que nos hemos formado de sus grandezas y del amor que le tenemos.

 

2º. Devoción tierna

  1. Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia:

— en las dudas, para que te esclarezca;

— en los extravíos, para que te convierta al buen camino;

— en las tentaciones, para que te sostenga;

— en las debilidades, para que te fortalezca;

— en los desalientos; para que te reanime;

— en los escrúpulos, para que te libre de ellos;

— en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele, y finalmente,

— en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

 

3º. Devoción santa

S. Luis María Grignion de Montfort

S. Luis María Grignion de Montfort (Basílica de San Pedro)

  1. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Éstas son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.

 

4º. Devoción constante

  1. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que si eres verdaderamente devoto de María, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes algunos cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensible, no te acongojarás por ello. Porque el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales.

 

5º. Devoción desinteresada

  1. Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo Dios en su Santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés, ni por su propio bien temporal o eterno, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por esto la ama y sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.

¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su Santísima Madre el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta! Pero, ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones pública y privadamente con no escaso fruto.

  1. Muchas cosas he dicho ya de la Santísima Virgen. Muchas más tengo que decir. E infinitamente más serán las que omita, ya por ignorancia, ya por falta de talento o de tiempo. Cuanto digo responde al propósito que tengo de hacer de ti un verdadero devoto de María y un auténtico discípulo de Jesucristo.
  2. ¡Oh! ¡Qué bien pagado quedaría mi esfuerzo, si este humilde escrito cae en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y «no de la sangre ni de la carne ni de la voluntad de varón» (Jn 1, 13); le descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la verdadera sólida devoción a la Santísima Virgen, que ahora voy a exponerte! ¡Si supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón, lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, con mi sangre, en vez de tinta, trazaría estas líneas! Pues ¡abrigo la esperanza de hallar personas generosas que, por su fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, resarcirán a mi amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e infidelidad!
  3. Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber: que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio, Jesucristo, mi Señor, reine como nunca en los corazones» (II Parte, Cap. III, nn. 105-113).

 

Consagración al Corazón Inmaculado de María

Yo, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en tus manos, oh Madre Inmaculada, las promesas de mi bautismo.

Renuncio para siempre a Satanás, a sus seducciones y a sus obras.

Me entrego completamente a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, para cargar mi cruz, siguiéndole a Él todos los días de mi vida, y para serle más leal de lo que he sido antes.

En la presencia de toda la corte celestial, te elijo hoy como mi Madre y Señora. Me entrego y consagro a Ti: mi cuerpo y alma, mis bienes espirituales y materiales, y hasta el valor de todas mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras; otorgándote todo el derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece sin excepción. De acuerdo a tus deseos, para la gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

 

(Revista Prado Nuevo  nº 5)

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