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P. Guillermo L. Vizoso

 

Me llamo Guillermo, soy aún joven, y llevo ya viviendo cinco años en la Comunidad Vocacional de Prado Nuevo como seminarista, preparándome para ser un sacerdote de la Iglesia.

He visto con claridad cómo el Señor me ha ido poco a poco mostrado mi vocación definitiva, en gran medida intuida, alentada y orientada por Luz Amparo a lo largo de todos estos años.

 

Peregrinos durante la Misa en Prado Nuevo

Peregrinos durante la Misa en Prado Nuevo

Conocí Prado Nuevo a los 14 años, cuando aún vivía en Mieres, en Asturias, con mi familia. Recuerdo que, cuando tenía alrededor de 10 años, vimos en mi casa una noticia en televisión sobre las apariciones, a comienzos de los años 80; pero no se le dio más importancia. Sin embargo, una compañera del colegio de mi madre, profesora, comenzó a ir al Escorial, y convenció a mi madre para que fuera ella también. Así que, el primer sábado del mes de septiembre de 1987, mi madre movilizó a toda la familia para ir a Prado Nuevo: mis padres, mi hermano y yo. Volvimos el primer sábado siguiente, en octubre, y aquello se convirtió en un hábito, ya que así continuamos yendo casi todos los primeros sábados de mes durante cuatro años. A lo largo de este período de tiempo, entramos en contacto con Luz Amparo, y mis padres decidieron venirse a vivir a El Escorial para vincularse de una manera más directa con la Obra fundada por ella, siguiendo la voluntad del Señor y de la Santísima Virgen.

 

Nos vinimos a vivir a El Escorial

Así, antes de venir a vivir al Escorial, ya había coincidido algunas veces con Amparo, y había tenido la oportunidad de hablar con ella. Pero fue, al instalarnos en El Escorial, y pasar a pertenecer a la comunidad externa, cuando ya tuve oportunidad de conocerla más a fondo. Recuerdo que para mí supuso un gran impacto la primera vez que tuve una conversación más personal con ella: me sorprendió mucho la naturalidad con que me trató, como si me conociera de toda la vida, hablando conmigo con una gran confianza y con mucho cariño. luego, fui comprobando que era su forma habitual de tratar a toda la gente, con una gran sencillez y naturalidad.

Pasado un tiempo, cuando ya tenía unos 23 ó 24 años, tuve una experiencia muy intensa de Dios y, aunque nunca se lo comenté a nadie, a partir de ese momento, Amparo me hablaba a menudo sobre la posibilidad de entrar al seminario. Pero yo no sabía cómo canalizar aquello, y no sentía directamente una llamada para el sacerdocio, sólo de una entrega más intensa a Dios y de abandonarme más en Él. Así que ahí me mantuve, permaneciendo en la comunidad externa, pero sin comprometerme más con el Señor.

Comencé a trabajar como profesor de educación primaria, y así continué durante 11 años. Me sentía muy realizado con mi profesión, y lo veía como una auténtica vocación: me llenaba mucho el tratar de educar a los niños, no sólo en las diferentes asignaturas que impartía, sino de una forma mucho más completa, para que se pudieran sentir realizados en la vida, tratando de inculcarles valores y principios, al tiempo que también trabajaba con sus familias. Pero me sorprendió el hecho de que, llegado un momento de mi vida, lo que antes me llenaba totalmente, ahora ya se me quedaba corto: necesitaba entregarme de una forma mucho más plena a los demás. Antes, me sentía muy satisfecho dedicándome a los niños y a su educación, pero ya no era suficiente: sentía que tenía mucho más que dar, y me sobraba ya todo: demasiado tiempo libre que sentía desperdiciado; el dinero y las pertenencias ya me “pesaban”…, y necesitaba tener a Dios más íntimamente en mi vida.

 

Sentí una gran liberación

P. Guillermo llevando la comunión

P. Guillermo llevando la comunión durante la Santa Misa

Comencé a tener una mayor necesidad de oración, de acercarme más a Dios, de dedicarle más tiempo, y volví a sentir el impulso de entregarme más a Él. Ahora, sí tenía más claro que el camino sería el sacerdocio, haciéndome el Señor ver más claramente mi vocación, en gran medida a través de Amparo, que me había ido orientando a lo largo de esos años. Asimismo, tenía un gran deseo de entrar en la comunidad, para compartir mi vida con los que ahora son mis hermanos, así como desprenderme de todo lo que tenía, que en ese momento ya me pesaba como un lastre en la vida.

Así, cuando al fin ingresé, sentí una gran liberación al deshacerme de todas las “seguridades” con las que contaba, especialmente la plaza que tenía como funcionario de carrera en el Ministerio de Educación, que fue para mí lo más costoso a la hora de renunciar, ya que implicaba un trabajo seguro como funcionario de por vida. Tengo claro que el tratar de vaciarme de todo ello fue fundamental para poder hacerle hueco en mi vida a Dios.

Ahora, que tengo básicamente lo que necesito, ya que todo en la comunidad es compartido y dispones para uso personal sólo lo que es realmente necesario, es mucho más fácil abandonarse en Dios. Y ahora, tras haberme librado de las cosas externas, de lo material, queda lo más difícil: el permitirle a Dios que modele mi alma según su voluntad, lo que implica por mi parte una completa confianza en Él, aceptando que actúe en mi vida libremente.

 

El privilegio de conocer a Luz Amparo

Tras cinco años como seminarista viviendo en la comunidad, puedo decir, con la mano en el corazón, que me siento muy realizado con esta nueva etapa de mi vida, ya que siento a Dios de una forma mucho más intensa, ayudándome mucho en ello tanto los tiempos de oración y las normas establecidas para la vida comunitaria como la convivencia con el resto de hermanos, ya que todos, cada uno en función de la vocación que el Señor le ha concedido, tenemos un mismo objetivo y un mismo deseo: intentar vivir conforme a lo que el Señor nos enseña, tanto en los Evangelios como a través de la Iglesia. He tenido, además, el privilegio de conocer el ejemplo que Luz Amparo nos ha dejado en el seguimiento de Cristo y de obediencia a la Iglesia.

Quería agradeceros también a vosotros, peregrinos de Prado Nuevo, vuestra constancia y el sacrifi cio que os supone el venir todos los primeros sábados de mes, fines de semana o incluso a diario, pese al frío, la nieve, la lluvia, el calor… Es un ejemplo que me estimula a perseverar en el seguimiento de Cristo; también los testimonios de vida en vuestras familias, aceptando vuestras cruces personales con fe y con esperanza. Así que, a los que ya venís, os animo a que sigáis así, y a los que aún no habéis venido, no os lo penséis más y acercaros por aquí, que si hacéis una visita a la Santísima Virgen en este lugar por Ella elegido, es seguro que, antes o después, de una manera o de otra, os devuelva la visita.

Para terminar, pediros vuestras oraciones para que me mantenga fiel a mi vocación, tanto yo como mis hermanos, siendo unos dignos “reparadores”, como el Señor y la Santísima Virgen quieren de nosotros, y siguiendo el testimonio que nos ha dado nuestra fundadora, Luz Amparo, a lo largo de toda su vida.

Guillermo López Vizoso

 

(Revista Prado Nuevo nº 7. Testimonio)

 

(Este testimonio lo escribió siendo aún seminarista. Ahora ya es sacerdote de Cristo para la gloria de Dios y el bien de su Iglesia)

 

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