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P. Marcelino J. Gomes

 

“Al venir al Prado, mi vida cambió”

Sentí algo que nunca había sentido antes. Lloré mucho aquel día, y sentí que la Santísima Virgen me amparaba y consolaba. Vino en mi ayuda para alejar toda la tristeza que tenía en mi corazón.

 

Vine desde Portugal por primera vez a Prado Nuevo con dieciocho años, en septiembre de 1999. Fue justo en una etapa en que estaba pasando por momentos muy difíciles, ya que había sido operado de la espalda, había dejado de estudiar y no podía hacer lo que más me gustaba: jugar al fútbol. Mi estado de ánimo, pues, no era de los mejores.

Al venir al Prado, mi vida cambió, sentí algo que nunca había sentido en mi vida. Lloré mucho aquel día, y sentí que la Santísima Virgen me amparaba y me consolaba. Vino en mi ayuda para alejar toda la tristeza que tenía en mi corazón.

A partir de esta primera peregrinación, comencé a venir a menudo a Prado Nuevo, y pasé a formar parte de la organización de las peregrinaciones. A nivel profesional, encontré un trabajo muy bueno —una gracia que me concedió la Virgen— en una empresa del Ayuntamiento de mi ciudad, Braga. En mi parroquia participaba en el movimiento mariano de la Legión de María, trabajando con mucho fervor por la Virgen. Quería difundir su amor y su nombre, participando en grupos de oración y divulgando este bendito lugar de Prado Nuevo de El Escorial.

En una de las frecuentes peregrinaciones que realicé a Prado Nuevo, en abril de 2002, conocí a una joven portuguesa, que venía por primera vez al Prado. En ese momento, yo estaba discerniendo mi vocación; pedía al Señor que me ayudase a encontrar el camino para mejor servirle y amarle. Como todavía no tenía muy claro la vocación a la que Dios me llamaba, pensé que el matrimonio sería una posibilidad muy válida. Entonces, me enamoré de esta joven a la que había conocido. Para ella, dicha peregrinación supuso el inicio de un camino de conversión, pues no era habitual su presencia en la iglesia.

A partir de este momento, iniciamos un camino juntos. No sólo queríamos ser novios con vistas a un futuro matrimonio, sino además evangelizar a otros jóvenes, hablándoles de Dios y de la Santísima Virgen. Muchas veces, rezábamos juntos y participábamos en grupos de oración, ejercicios espirituales y en diversas actividades parroquiales.

Fue un período de mi vida muy importante, pues me sirvió para crecer y madurar, hasta que el Señor nos tocó en el corazón a ambos para dar el paso definitivo.

A partir del año 2006, Dios fue llamando cada vez más a la puerta de nuestro corazón para entrar a la Obra de la Virgen. Sabíamos que había matrimonios que pertenecían a la sección de la Comunidad Familiar, y que éste podría ser perfectamente nuestro lugar. Decidimos hablar con Luz Amparo sobre el tema. Fue el 2 de abril de 2006, en el día del primer aniversario de la muerte del beato Juan Pablo II, cuando conseguimos hablar con ella.

Le pregunté abiertamente por mi vocación, a lo cual ella me respondió con dulzura y seguridad que el Señor me llamaba al sacerdocio y no al matrimonio. Fue para mí un momento emocionante, aunque ya me había planteado antes este camino.

¿Qué pasó con la joven que, hasta entonces, era mi novia? Pues que a ella también Luz Am­paro la orientó a la vida consagrada; el Señor la quería para esposa suya, para integrarse con las Hnas. Reparadoras.

Toda esta escena no hubiese sido posible sin la personalidad carismática de Amparo, que tenía ese don de discernimiento, entre otros.

¿Y nuestra respuesta? Gracias a Dios, fue un sí incondicional a Él, a lo que veíamos que era su voluntad; en el mismo instante, en esa preciosa mañana de domingo. De inmediato, nos inundó una paz inmensa, una enorme alegría y felicidad, pues aunque nos queríamos muchísimo, veíamos que Dios nos llamaba a una entrega mayor, que es seguirle con todo el corazón en la vocación a la que Él nos invitaba.

Y fue así como empezó mi vida de seminarista, pues al cabo de un mes entré en la Obra de Reparadores de la Virgen de los Dolores, en mayo de 2006. En septiembre de ese mismo año, comencé los estudios correspondientes en nuestra Casa de Formación de El Escorial, aprobada por el Cardenal Arzobispo de Madrid.

 

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Marcelino estudiando cuando era seminarista

Llevo casi siete años aquí, y me siento muy feliz de que el Señor me haya concedido la vocación sacerdotal, y que haya sido en este bendito lugar.

Dentro del proceso que culmina en la ordenación sacerdotal, ya he recibido el rito de Admisión y los ministerios de lectorado y acolitado. Terminé, además, el Ciclo institucional de Teología y Filosofía en la Universidad de San Dámaso en Madrid. Este curso estoy estudiando la licenciatura en Teología Litúrgica, que abarca un bienio.

Para mí, el año 2013 va ser muy importante, pues si Dios quiere, y así lo aprueban mis superiores, seré ordenado diácono el próximo mes de junio. Al año siguiente, si el Señor me lo concede, sería ya sacerdote.

Durante los años que llevo en España, he aprendido cosas muy importantes; siento que el Señor, poco a poco, me va moldeando. Experimento una presencia y una protección muy especial de la Santísima Virgen. Ella, que está presente en Prado Nuevo de manera tan particular, no deja de darnos sus bendiciones maternales. Mi amor por Ella guía mi vida, y para mí, supuso una alegría inmensa integrarme en su Obra, siendo fuente de felicidad continua.

Luchemos sin desfallecer como verdaderos discípulos de Cristo y de María, para que podamos un día gozar de las alegrías del Cielo, que Dios ha preparado para los que lo aman.

Marcelino J. Gomes

 

El P. Marcelino fue ordenado sacerdote en el 2014 para la gloria de Dios y el bien de las almas

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