La corona de Adviento se ha venido introduciendo, desde hace años, en la Iglesia Católica, formando ya parte de nuestras tradiciones.
Es un adorno hecho a base ramas verdes de abeto, de pino u otras plantas. A esta composición se añaden cuatro velas (a veces, una quinta de color blanco, que simboliza a Jesucristo y que se enciende el día de Navidad), que nos recuerdan los cuatro domingos de Adviento que nos preparan para celebrar el Nacimiento del Salvador. Los colores de las velas varían según la costumbre y lugar: pueden ser las cuatro del mismo color morado. O bien, tres moradas y una rosada, que se enciende el tercer domingo de Adviento, o domingo «Gaudete», como pausa en el tiempo penitencial y anticipo del gozo de la Navidad. O también de cuatro colores distintos —hay diferentes modelos, ponemos uno de ellos—:
-Vela morada: el color litúrgico del tiempo penitencial del Adviento.
-Vela roja: el amor de Dios para con los hombres.
-Vela rosada: el color litúrgico del domingo 3º de Adviento o «Gaudete».
-Vela verde: esperanza de la cercanía de la Navidad.
La corona de Adviento tiene forma circular, para recordarnos que Dios no tiene principio ni fin, es Eterno. Nos trae igualmente a la memoria los miles de años de espera de la Humanidad, desde Adán hasta Cristo, y su segunda venida al fin de los tiempos.
Las ramas verdes —el color verde es símbolo de vida— nos recuerdan a Jesucristo, que vive entre nosotros, a la vez que la vida de gracia, el crecimiento espiritual y la virtud de la esperanza tan propia del Adviento.
En algunos lugares, se insertan manzanas o bolas rojas, que representan el fruto prohibido del Paraíso, que comieron Adán y Eva, introduciendo el pecado en el mundo, que luego Cristo borraría en el árbol de la Cruz.
El lazo rojo que, en ocasiones, se añade, simboliza nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.
La luz de las velas simboliza la luz de Cristo, que va creciendo con cada vela que se prende, según avanzan los domingos de Adviento. Al mismo tiempo, se va disipando la oscuridad, las tinieblas del pecado, que Cristo vino a borrar con su Nacimiento y Redención.
La corona en el «Bendicional» litúrgico
La corona de Adviento aparece en la edición española del «Bendicional». La fórmula de bendición, que puede hacer un sacerdote o un laico (si es en familia; cf. n. 1240) es la misma para el hogar familiar o en la iglesia. La transcribimos, por si es de vuestro interés, poniendo antes la monición introductoria:
«Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza.
El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad» (n. 1238).
«Oremos.
La tierra, Señor, se alegra en estos días,
y tu Iglesia desborda de gozo
ante tu Hijo, el Señor,
que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas
de la ignorancia, del dolor y del pecado.
Lleno de esperanza en su venida,
tu pueblo ha preparado esta corona
con ramos del bosque
y la ha adornado con luces.
Ahora, pues, que vamos a empezar el tiempo de preparación
para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor,
que, mientras se acrecienta cada día
el esplendor de esta corona, con nuevas luces,
a nosotros nos ilumines
con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo,
iluminará todas las oscuridades.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
Y se enciende el cirio que corresponda según la semana de Adviento» (nn. 1240 y 1242).