«¡Qué buenos son los ángeles y qué pronto me han escuchado!»
En el Hospital, había una cámara frigorífica enorme en la planta baja. Tomé la receta del doctor y bajé al frigorífico a buscar la medicina. Entré a mirar los rótulos, y como no tuve la precaución de asegurar la puerta, se me cerró. Yo no sabía cómo se abría desde dentro; no se veía pestillo ni manivela alguna. Y quedé atrapada sin posibilidad de salir. La angustia me subía a la garganta. A aquellas horas de la noche, ¿quién me iba a oír, aunque gritara o golpeara?Era por el año 1988. Yo tenía 56 y estaba destinada en el Hospital Interconfesional que tenemos en Belo Horizonte (Brasil). Me tocaba guardia aquella noche en la planta tercera. El Dr. Ferrandis había recetado un medicamento a un paciente y debía empezar a tomarlo aquella misma noche.
Buscando algún picaporte, o algo para abrir, sólo pensaba en mis enfermos de la planta tercera, sin asistencia, especialmente el de la medicina. El susto iba en aumento; me puse de rodillas y pedí al Ángel de mi guarda que me ayudara. Empecé a sentir frío, y otro pensamiento aumentó mi terror: “Puedes morir congelada con esta temperatura bajo cero”. Sólo acertaba a repetir: “Ángel Santo, ayúdame, que tengo que salir, que estoy de guardia”.
No sé cuánto tiempo pasó, pero, de repente, se abrió la puerta y apareció la Hermana encargada de la planta baja, que me decía: “Pero, bueno, Hermana Ester, ¿qué hace usted encerrada en el frigorífico?”. Sin palabra, le eché los brazos al cuello, llorando de alegría y pensando: “¡Qué buenos son los ángeles y qué pronto me han escuchado!”».
La Hermana que abrió la puerta explicó por su parte: «Estaba ya en la cama y no podía quitarme de la cabeza el pensamiento de bajar al frigorífico, sin ningún motivo. Al fin, me levanté, me puse la bata y abrí maquinalmente. No tenía la menor idea de que alguien estuviera dentro» (Testimonio de la Hna. Ester).
El Ángel de la Guarda le salvó la vida
El siguiente suceso, narrado por quien lo escuchó de sus labios, le ocurrió al que fuera Nuncio del Vaticano en España, monseñor Luigi Dadaglio: «Hablamos también de la devoción a los ángeles. El Nuncio debía saber que es uno de mis temas preferidos y me contó que, aunque la Iglesia suprimiera la devoción oficial a los mismos, él se encomendaría siempre a su Ángel de la Guarda. Le salvó la vida en una ocasión. Navegando por el río Orinoco, cuando era Nuncio en Venezuela, la barca zozobró. En el agua, pretendiendo ganar la orilla, un cocodrilo se le acercó con las fauces abiertas y la afilada dentadura dispuesta para apresarle. “Tuve miedo. Invoqué a mi Ángel de la Guarda y la oración produjo su efecto. Me encontré sano y salvo en la ribera. Su custodia fraternal y poderosa no era ficción sino palpable realidad”» (B. Piñar).
(Revista Prado Nuevo nº 20. Anécdotas para el alma)
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