HISTORIA DE LAS APARICIONES DE EL ESCORIAL (10)
En el último artículo, recordamos parte de lo sucedido aquel domingo, 23 de noviembre de 1980, solemnidad de Cristo Rey. Estando Luz Amparo en casa de Miguel y Julia, ésta, se da cuenta de que Amparo no se encuentra bien. Ve que le ha salido algo en el centro del pecho. Aunque Amparo se resiste a mostrarlo, al insistir Julia, finalmente se lo enseña. Es un corazón en relieve enrojecido, traspasado por una especie de flecha, que va de derecha a izquierda. Julia la quiere llevar al médico, pero ella se niega convencida que le desaparecerá. Amparo decide marcharse enseguida; ya en la puerta, piensa que se lo tiene que contar todo, por lo que será despedida.
Pide a la niña Beatriz que avise a su madre…
Julia, al encontrarla sentada y en angustiado llanto, le pregunta qué le sucede. Amparo le suplica que no se lo diga a nadie. Se abre de nuevo la blusa, y Julia contempla con mayor asombro dicho corazón, del que brotan dos hilitos de sangre, uno por donde entra el dardo que lo atraviesa, y el otro por donde sale; en la zona superior, se aprecian como unas llamas. Sale Julia, y Miguel, al verla afectada por una intensa emoción, entra donde está Amparo y ve también lo que le ocurre. Ambos, consternados, pensando que está atravesando una crisis cardiaca, la llevan a una cama. Una vez acostada, le insinúan llamar al médico, a lo que de nuevo se opone rotundamente. En ese momento, comienza a quejarse de las manos y se puede ver que ambas sangran con abundancia, mientras se le abren las llagas del Crucificado, por tercera vez ante testigos. Amparo se queda con los brazos extendidos y el pie derecho cruzado sobre el izquierdo. Permanece rígida, con el rostro doliente, pesada como el plomo; no se la puede mover y se ha quedado helada. Manos y pies están completamente taladrados, de parte a parte, y en la frente se le han abierto unas heridas, como si fueran las de la corona de espinas. Permanece en aquella posición un tiempo prolongado. Julia entonces sale corriendo a decírselo a su suegra, la cual entra y se sienta junto a Amparo; confesará después que en ese momento sintió una gran paz interior. Julia, mientras tanto, se queda en el comedor con los otros explicándoles lo que ocurre. El amigo mencionado, Fernando, sugiere: «Fijaos a ver si tiene llagas en las manos y en los pies».
¿Qué es lo que estaba ocurriendo?
Miguel, que no confesaba y apenas iba a Misa los domingos, hinca sus rodillas, se tapa el rostro con sus manos, ve transcurrir en un instante su vida entera y siente la necesidad de buscar a un sacerdote. A su mujer, Julia, le pasará algo parecido.
Miguel sale de la habitación diciendo: «Le ha salido en la frente como si fuera la corona de espinas de Jesús».
Julia regresa a la habitación y suplica a Amparo que le explique, por favor, qué es lo que le está ocurriendo. A lo que Amparo responde: «Pregúnteselo a Beatriz».
Inmediatamente, la madre pregunta a la niña: «Beatriz, hija, ¿qué le ha pasado a Amparo?».
La niña, intentando guardar su secreto, responde: «No lo sé».
Pero la madre insiste: «Hija, ¿qué le pasó el otro día a Amparo?».
A lo que la niña responde medio enfurruñada: «Mamá, ¡déjame!». Pero, percatándose de que ya todos lo saben, se echa a llorar diciendo: «¿Por qué todos tienen que saber mi secreto?».
Amparo suplica que no se diga nada a su familia, para que no sufran. Pero Miguel, ante la excesiva y alarmante prolongación del misterioso fenómeno, juzga necesario hacer saber a sus familiares que Amparo se halla indispuesta, para justificar así su tardanza. Baja al garaje para coger el coche. Marcos, que estaba arreglando la puerta, al verlo un tanto nervioso, delatando por sus ojos su reciente llanto, le pregunta: «¿Qué le pasa?».
A lo que Miguel responde: «Marcos, yo sabía que Amparo es una persona buena, pero lo que no sabía es que realmente es una santa».
Prosiguió Miguel refiriendo lo acontecido a Amparo y cómo estaba sucediendo en su propia casa. Marcos replicó muy tranquilo: «No se preocupe, que esto ya le ha sucedido otras veces».
Una profunda transformación espiritual
Miguel, ahora un poco más sereno por estas palabras de Marcos, desistió de salir. De inmediato, suben los dos al piso, y Marcos, el más sosegado de todos, propone que se guarde absoluto secreto sobre estos extraordinarios fenómenos. Así lo prometen todos.
Amparo entra en un profundo éxtasis. Rígida, con los brazos en cruz, cesa la hemorragia. Julia tiene la sensación de que Amparo ha muerto. Lo mismo piensa Miguel, quien hace entrar a los niños Jesús y Beatriz para que la vean por última vez, por si algún día tienen que dar testimonio. La habitación está invadida por un extraordinario aroma a rosas e incienso… De la misma forma que las llagas se le habían abierto, se le cerraron sin dejar cicatrices. Ahora, ya está enterada toda la familia que vive en la calle Santa Rosa, 7, de San Lorenzo de El Escorial y en la misma se opera una profunda transformación espiritual.
Miguel baja de nuevo con la intención de avisar a la familia de Amparo; sale a la calle y sube ligero en dirección de su casa. En el trayecto, ve a María de los Desamparados (Amparito, hija de Luz Amparo), a la que enseguida se dirige.
(Continuará)
(Revista Prado Nuevo nº 11. Historia de las Apariciones)