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San Francisco de Sales. Más fruto que con cien predicadores

 

En este artículo, hablamos esta vez de san Francisco de Sales; aprovechamos para relatar aquí dos anécdotas de su vida, que lo muestran como el gran hombre de Dios que fue, manso y humilde de corazón.

 

Saludó con toda cordialidad a su enemigo

La dulzura de carácter y la paciencia brillan especialmente en la vida de san Francisco de Sales. Tuvo que sufrir diversas afrentas. Una vez, se publicaron contra él unas sátiras, que, por otra parte, todo el mundo despreció. Su autor: un noble de vida muy desarreglada. Viendo éste que perdía el tiempo, enviaba algunas noches a criados suyos y golfillos con unos perros para que los maltratasen debajo de las ventanas del obispo. Ladridos, pedradas, gritos… Imposible dormir aquellas noches.

Un día tropezó en la calle con el autor de las afrentas. Le saludó con toda cordialidad, con palabras llenas de afecto. ¡Si alguna persona se ha sorprendido en este mundo, ésa fue aquel caballero! Pasado el tiempo, aseguró que había sacado más provecho de aquella manera de proceder de san Francisco de Sales que de haber oído a cien pre­dicadores.

(Cf. M. Henry-Coüannier, San Francisco de Sales)

 

«Nuestras queridas imperfecciones»

Papa Juan Pablo I

Alguno quizá diga: «Pero ¿si soy un pobre pecador?». Le responderé como respondí, hace muchos años, a una señora desconocida que vino a confesarse conmigo. Estaba desalentada porque —decía— había tenido una vida moralmente borrascosa.

—¿Puedo preguntarle —le dije— cuántos años tiene?

—¡Treinta y cinco!

—¡Treinta y cinco! Pero usted puede vivir todavía otros cuarenta o cincuenta años y hacer un montón de cosas buenas. Entonces, arrepentida como está, en vez de pensar en el pasado, piense en el porvenir y renueve, con la ayuda de Dios, su vida.

Cité en aquella ocasión a san Francisco de Sales, que habla de «nuestras queridas imperfecciones». Y expliqué: Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto que le dan ocasión a Él de mostrar su misericordia y a nosotros de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo.

(Juan Pablo I, Audiencia General, 20-9-1978)

 

(Revista Prado Nuevo nº 15. Anécdotas para el alma)

 

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