HISTORIA DE LAS APARICIONES DE EL ESCORIAL (16)
En el último artículo dedicado a la Historia de las apariciones, conocimos ese momento decisivo en la vida de Luz Amparo, cuando ella empieza a tener un director espiritual: el P. Alfonso María, O. C. A partir de ese momento, dispondrá de un excelente consejero, sabio y virtuoso, que la ayudará a discernir la voluntad de Dios en su vida, y a rechazar los engaños que el maligno, con apariencia de ángel de luz, le presente. Luz Amparo obedecerá siempre a su director en todo lo que éste le pida, convencida de que en ello estaba la voluntad de Dios. Ambos se ayudaron mutuamente: el sacerdote con su dirección y consejos, y ella con sus oraciones y sacrificios. Y como dijo el Señor a Luz Amparo en el mensaje del 2 de febrero de 2002, un día después del fallecimiento del P. Alfonso: “Se entregó todo, por eso yo le di el premio a él y a ti; a él, de ser tu director espiritual y a ti, de aprender de él”.
Antes de dar un paso adelante en esta desconocida, para muchos, historia de las apariciones de El Escorial, queremos señalar, como aclaración, que unas apariciones para que sean auténticas no exigen de por sí la santidad de los videntes, aunque generalmente se santifican al estar en contacto continuo con las realidades sobrenaturales, recibir gracias tan especiales y seguir las recomendaciones del Cielo sobre la oración, la penitencia, la humildad, el amor al prójimo, etc. Así le sucedió a Luz Amparo.
Desde los comienzos de estas revelaciones privadas, se produjo en esta mujer elegida por Dios un cambio notable en su vida, una evidente conversión. Ella misma dijo en alguna ocasión: “Yo no era practicante anteriormente, no era atea tampoco, pero practicante tampoco era; no frecuentaba la Iglesia, ni había confesado, ni comulgado, ni nada”. “…yo anteriormente, no creía…; no es que no creyera en Dios, sino que yo decía, por ejemplo… «¿Hay Dios?», me decían, y decía: «Bueno, algo habrá, el mundo no se ha hecho solo»”.
Así pues, de ser una mujer que creía –a su manera– en un Ser Supremo, sin práctica religiosa habitual, a raíz de estas manifestaciones del Señor y de la Virgen en su vida, comenzó a asistir a la Misa y recibir con frecuencia el sacramento de la Penitencia. Incrementó las prácticas devocionales más sólidas, como el Rosario, y fue adquiriendo un bagaje considerable en la vida espiritual. Se tomó muy en serio su deseo de perfección y por ello muy pronto –como vimos en el número anterior–, se puso bajo obediencia del sacerdote carmelita P. Alfonso María López Sendín, O. C (+ 2002), para que dirigiera su alma.
Traemos aquí el significativo testimonio del conocido mariólogo francés, P. René Laurentin, quien se entrevistó con Luz Amparo en varias ocasiones. Sus palabras nos ayudarán a conocer un poquito mejor algunos rasgos de la personalidad de Amparo y de la acción de Dios en su alma, que siempre es fuente de paz, equilibrio y serenidad.
“Lo que me ha impresionado ha sido la calidad humana y espiritual de la vidente, sometida desde la infancia a desgracias y calamidades suficientes para haberla trastornado y hasta destruido.
La conocí en El Escorial, en 1985, en la casa de la familia a la que sirve como doméstica para ganarse el pan, porque su marido no trabajaba y ella tenía que hacer lo imposible para sacar adelante a sus hijos. Es una mujer sencilla, sosegada, natural, que no se apasiona, ni tiene pretensiones, ni se mueve por sentimentalismo. Su atavío es modesto, limpio, cuidado, pese a su pobreza. No se muestra azorada ante preguntas difíciles y responde brevemente a la principal cuestión planteada (…).
Después de tantas desdichas, es sorprendente que Amparo haya conservado esta serenidad, esta sencillez, esta dignidad, esta mesura que traduce toda su persona. Es un testimonio al que se debe rendir homenaje y que hace desear que estos casos de santidad sean reconocidos con más presteza. Desde un punto de vista evangélico, no cabe duda que estas personas ejemplares no deben ser enjuiciadas desde la suficiencia, sino desde la humildad. Yo, al menos, he tenido la sensación de contemplarla gigante desde mi pequeñez” (Apariciones actuales de la Virgen María, Madrid, 1991, 2ª edic., pp. 144-146).
(Revista Prado Nuevo nº 17. Historia de las Apariciones)