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Hna. Marlene: “Algo me tocó en el interior. Solo tenía ganas de llorar. Solo sabía que tenía que volver. Aquí empecé a preguntarme por mi vocación y aquí encontré la respuesta”

Con cuatro años, participó en 1995 en la primera peregrinación portuguesa a Prado Nuevo. En sus primeras visitas dejaba un ramo de flores ante el árbol. Años más tarde, en su etapa universitaria, experimentó la necesidad de regresar y allí descubrió su vocación: Hermana Reparadora de la Obra de la Virgen. Veinticinco años después de aquella primera visita, Hna. Marlene recuerda cómo un mensaje del Señor confirmó su llamada: “Tú cuida de los míos y yo cuidaré de los tuyos”.

 

El Escorial, 14 de septiembre de 2020. – Entre Cossourado y El Escorial distan más de 550 kilómetros. Allí nació Marlene el 24 de mayo de 1991. En un pequeño municipio perteneciente al Concello de Barcelos, en el Distrito portugués de Braga. De allí partió hace 25 años la primera peregrinación portuguesa a Prado Nuevo. Los lazos del país vecino con las apariciones de la Virgen nacieron en septiembre de 1995 en una familia en la que ella era la mayor de cuatro hermanos. Sus padres y tíos asumieron la organización de los viajes mensuales y aún estos últimos están al frente de ellos. En aquella primera, “la primera que salió de Portugal”, subraya Marlene, ella tenía cuatro años. “No recuerdo nada de esa primera peregrinación, pero después veníamos todos los meses. Recuerdo el trajín de la organización: los hoteles, las neveras con las comidas… Y el Prado lleno de gente. A la salida me agobiaba un poco. Era pequeña y todo el mundo me quedaba por encima”.

Así creció Marlene. Entre el norte de Portugal y Prado Nuevo. “Me gustaba ir al Prado y jugar en las piedras, a la sombra de un árbol”, explica. Pero lo primero era saludar a la Virgen. “Antes el árbol no estaba vallado. No había impedimento para tocarlo. Preparábamos un ramo de flores y, cuando llegábamos, íbamos a dejarlo a la Virgen”, explica con cariño. Y recuerda también la primera vez que saludó a Luz Amparo: “Estuve una vez con mi madre. Amparo me miró fijamente con mucha serenidad, mucha paz. Y mantuvo su mano hacia mí para que se la cogiese. Me hizo mucha ilusión darle la mano. Y recuerdo su voz. Al principio, de niña, era un poco extraña. Pero luego ya me resultaba familiar”.

 

“Echo de menos ir al Prado”

Esa voz familiar que motivaba cada peregrinación portuguesa fue forjando su vida, aun cuando ella no era consciente. “Por motivos de salud de mi padre y de una tía abuela, a la que cuidábamos, tuvieron que dejar la organización, aunque siempre hemos estado vinculados”, dice Marlene. Durante su adolescencia, surgieron otras preferencias: “Estaba en Scouts porque me gustaba acampar y quería salir más con mis amigos”. Llegó un momento en que todo comenzó a cambiar: “En Selectividad, tuve un año difícil. Me agobiaba. Estaba nerviosa. Y en marzo dije a mi madre: «Echo de menos ir al Prado»”. Su madre le animó entonces a acudir a la peregrinación de mayo, mes de la Virgen y, además, mes de su cumpleaños, pero ella lo retrasó: “Tenía campamento y prefería el campamento”. Su madre no desistió; se lo propuso también en junio, aniversario de la primera aparición, “y fue tan imperativa que no pude decir que no”, reconoce.

 

Un viaje al interior

No era, además, un aniversario cualquiera: ese 14 de junio de 2006 se cumplían 25 años del primer mensaje de la Virgen. Y no lo fue. “Algo me tocó en el interior. En el viaje de vuelta solo tenía ganas de llorar. No sé explicar por qué. Solo sabía que tenía que volver al mes siguiente como fuera. Y volví. Y me pasó lo mismo. Me sentía muy bien en el Prado, y decidí volver también en agosto”.

El regreso a Prado Nuevo le marcó para siempre. “Aquí empecé a preguntarme por mi vocación. Sentía que Dios me llamaba a entregarme a la Obra y a ayudar. Tenía mucho cariño por el Prado, pero como religiosa no me veía”, asegura. Tanto que sus dudas se mantuvieron mientras comenzaba una nueva etapa: “Entré en la universidad. Estudiaba Educación Social en la Universidad de Braganza, pero venía a menudo. Y sentía en mi interior esa lucha. Sentía que el Señor me llamaba, pero no sabía cómo y adónde”. Para despejar el gran interrogante, acudió a un director espiritual “que me ayudó y me orientó”. Pero el camino no fue fácil. “Llegué a un punto en que no me encontraba bien. Solo me sentía bien en el Prado. Y fue en el Prado donde las respuestas iban apareciendo y empezó a crecer una alegría en mi interior. Quería entrar”.

“Me decidí en mayo de 2011”, apunta, pero su director espiritual le aconsejó terminar el curso y hablar con Luz Amparo. En los próximos meses todo se aceleró. “Estuve en agosto en la JMJ de Madrid, en septiembre comenzaba el último año de universidad y aún no había contado nada a mis padres”. Ella retrasaba el pago de esa última matrícula hasta que, finalmente, decidió no esperar más: “Fui a Braganza a recoger mis cosas y el primer sábado de octubre, después del Rosario, fui a hablar con Amparo”.

 

“El Señor ya me decía que me quería aquí”

Éste, según recuerda, fue otro de los momentos clave de su decisión. “Solo fueron cinco minutitos, porque ella ya estaba muy malita. Estaba en el Centro Ave María. Recuerdo que yo estaba muy nerviosa y, cuando pasé la valla, sentí un intenso perfume a rosas que me tranquilizó. Como la presencia de la Virgen. Cuando hablé con ella, solo lloraba. Mi tío pasó conmigo; él la conocía bastante bien y me ayudó con la traducción. Le dije que sentía vocación y ella me preguntó si para esta Obra. Le dije: «Sí; siento vocación para esta vida activa y contemplativa». Ella me miró y me dijo: «Sí, tienes vocación para esta Obra; prepárate este mes para entrar al mes siguiente»”.

“Yo estaba preparada para entrar incluso ese día -insiste Marlene-, pero quedé en entrar en noviembre. Regresé al Prado en la peregrinación del 5 y 6 de noviembre, ya preparada. El 5 fue primer sábado de mes y el 6 entré como Reparadora. Tenía 20 años”. Cuando la hermana intenta encontrar explicación a su vocación particular, todo regresa a sus primeras peregrinaciones: “Cuando me hacía las preguntas de dónde me quiere el Señor y para qué, me acordé de aquella primera vez que saludé a Amparo y entendí que entonces el Señor ya me decía que me quería aquí”.

 

“Tú cuida de los míos y yo cuidaré de los tuyos”

Nueve años después, Hermana Marlene repasa las dificultades que encontró en su respuesta a la llamada de Dios. “Cuando estaba en la universidad, sabía lo que agradaba a Dios y a la Virgen y lo que no. Cuando estaba con mis amigos, miraba a mi alrededor y veía a jóvenes borrachos y llorando o riendo. Y yo sabía que eso no es felicidad”. “Podía haber caído en muchos peligros, pero notaba una protección especial. De esto te das cuenta después. Yo le pedía siempre que me protegiera con su manto. Y Ella me protegió siempre”, subraya.

De modo paralelo, asegura que “yo sentía la llamada. Como un diálogo interior y personal entre Dios y yo. No sé explicarlo. Sientes la presencia del Señor; te habla al corazón. Yo lo sentía así. Y quería seguirle, pero no era fácil: La universidad, los amigos, la familia, el país… No volver a ver a muchos. Incluso a mi familia”. Y fue el ámbito familiar el que más se resistía a dejar: “Según van pasando los años, me doy cuenta de que el paso que di les ayudó mucho a ellos. No lo esperaban. A mi padre le costó especialmente, pero algo que me animaba y me daba fuerzas para entrar fue un mensaje del Señor en el que decía: «Tú cuida de los míos y yo cuidaré de los tuyos». De hecho, “mi entrada les sirvió para estar más unidos. El Señor no se deja vencer en generosidad”, insiste Marlene.

Esta generosidad marca la vida de esta hermana portuguesa. “El Señor me quería en la Obra como Reparadora. Que me entregara al servicio de los ancianos, que es nuestro medio de santificación. Hoy, en la Residencia “Ntra. Sra. de la Luz” de Torralba del Moral, Soria, junto a nueve hermanas más. “Mi testimonio no es importante -dice-. Las personas están acostumbradas a ver un cambio radical en su vida; cambian cuando llegan al Prado”. La suya fue una vida junto a la Virgen; a veces, de cerca; a veces, a distancia, pero con el Prado en su corazón: “Conocía los mensajes y sabía que tenía que hacer algo por la Obra. No me veía en otro sitio”.