Misterios Gozosos

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1º: El Anuncio del Ángel a María y la Encarnación del Verbo

1 gozoso (5)El misterio de la Encarnación del Verbo lo describe así san Juan en su Evangelio: «En el principio existía la Palabra (…). En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (…). Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 1. 10. 14).

En estas palabras se refleja, por una parte, la grandeza del Verbo y, por otra, su amor a los hombres. Así, la Encarnación es una muestra del amor infinito de Dios a la Humanidad necesitada de su Redención. Por eso enseña santo Tomás de Aquino: «…ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, Creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre» (Sobre el Credo, 1.c., 59).

Manifestaba bellamente la Virgen en un mensaje: «…quiero formar un gran rebaño que ame mi Corazón y me venere. Así lo quiere el Todopoderoso. El Todopoderoso quiso que yo fuese el medio de la Redención por el misterio de la Encarnación» (7-X-1989).

2º: La Visitación de María Santísima a santa Isabel

En su Evangelio, nos dice san Lucas «que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1, 41). La vida de la Virgen estuvo siempre unida a la de su Hijo Jesús. En este misterio, al encontrarse ya el Señor en el seno purísimo de María, bendice a Isabel y a Juan el Bautista.

María santísima es fuente de bendiciones para las almas, porque así lo ha querido la Divina Providencia; donde está Ella, está su Hijo, y quien se acerca a María, siempre encontrará en Ella a Jesús.

Con hermosas palabras decía la Virgen en un mensaje: «El Creador quiere que, por medio de la Esposa eterna del Espíritu Santo, de la Madre Pura e Inmaculada de Jesucristo, de la Reina de todas las gracias, sea conocido, bendecido, alabado y glorificado» ( 6-V-1989).

3º: El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén

El día 2 de octubre celebramos la memoria de los Santos Ángeles de la Guarda. Su existencia es una verdad de fe, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 328); los encontramos desde la Creación y a lo largo de toda la Historia de la salvación; también en el Nacimiento del Hijo de Dios. El mismo Catecismo explica: «De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce “a su Primogénito en el mundo, dice: ‘adórenle todos los ángeles de Dios’” (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios…”» (CEC 333).

Justamente, el día de Navidad de 1984, le decía la Virgen a Luz Amparo: «Has visto las maravillas más grandes de Dios Creador, hija mía… Lo mismo que los ángeles fueron a evangelizar el Nacimiento, os pido, hijos míos, que vayáis a evangelizar el Evangelio por todos los rincones de la Tierra» (25-XII-1984).

4º: La Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen María

4 gozoso (2)Escribe san Lucas que, llegado el tiempo de la purificación, «llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: todo varón primogénito será consagrado al Señor» (Lc 2, 22-23).

Lo mismo que el Señor se sujetó a la ley de la circuncisión, su Madre se sometió a la de la purificación, poniendo así en evidencia, con su ejemplo de humildad, la soberbia de los que siendo pecadores, impuros y rebeldes, quieren aparecer como buenos, limpios, e irreprochables (Cf. F. Scío, Los Santos Evangelios (nota a Lc 2, 22) ).

Pero el Señor sí conoce el corazón de cada uno; por eso, le decía a Luz Amparo en el mensaje de 3 de noviembre de 2001: «Repara las ingratitudes de tantas almas, almas que se creen elevadas y que todo el mundo las admira por sus apariencias, pero, ¡ay, cuando lleguen ante la Divina Majestad de Dios! ¿No os da miedo, hijos míos, vivir de apariencia? No seáis hipócritas ni fariseos».

5º: El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo

«Cuando tuvo doce años —escribe san Lucas en su Evangelio—,  subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres» (Lc 2, 42-43).

La acción de Jesús no se entendería sin la lectura completa de este pasaje de san Lucas, donde vemos cómo el Niño Jesús estaba haciendo en todo momento la voluntad de su Padre. La prueba de la perfecta obediencia, también a sus padres de la Tierra, aparece en la conclusión de este pasaje evangélico, cuando se dice de Jesús Niño: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51).

¡Qué modo tan distinto de actuar el nuestro!; ¡cuántas veces nos hemos rebelado contra Dios, contra sus leyes y mandamientos! No es extraño, por ello, que la Virgen se haya lamentado tantas veces en Prado Nuevo: «Cada día, hija mía—decía en un mensaje—, los hombres tienen menos fe en sus corazones; el mundo está de mal en peor. Dios es olvidado y ultrajado, y la naturaleza humana se rebela contra los soberanos derechos del Creador» (1-XII-2001).

Misterios Gozosos

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1º: El Anuncio del Ángel a María y la Encarnación del Verbo

En el capítulo primero del Evangelio según san Lucas, se narra en misterio de la Anunciación; en esos versículos[1] se nos indica la relevancia del acontecimiento, pues Dios manda a uno de los arcángeles, que, según san Gregorio Magno[2], son los enviados por Dios para las cosas más sublimes. San Gabriel se dirige a María y la llama la «llena de gracia» y dice que el Señor está siempre con Ella.

En un mensaje de Prado Nuevo, la Virgen explicaba con gran belleza por qué es la llena de gracia y la bendita entre todas las mujeres: «Mira, hija mía —le decía a Luz Amparo—, Dios me elevó al Cielo, ante su divinidad, y me hizo participar de su gracia y de su sabiduría, y me otorgó grandes dones, y me atribuyó también grandes atributos de sus atributos, para que reinara sobre la Humanidad»[3].

2º: La Visitación de María Santísima a Santa Isabel

Sobre el misterio de la Visitación, enseña el Catecismo de la Iglesia: «Juan fue “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (…) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La “visitación” de María a Isabel se convirtió así en “visita de Dios a su pueblo”»[4].

Al inicio del Evangelio, Dios visita a su Pueblo, representado en Juan el Bautista e Isabel, por medio de su Madre, María. Desde entonces, la Virgen no ha dejado de visitar al nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia, manifestándose en distintos puntos de la Tierra, que nos muestran su inmenso amor. Por eso manifestaba la Virgen con dulzura en uno de los mensajes de Prado Nuevo: «Amadme mucho, hijos míos, que yo os amo con todo mi Corazón. Os amo a todos, porque todos sois hijos míos»[5].

3º: El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén

El Pueblo elegido tuvo que esperar siglos para la venida del Mesías; pasaron generaciones para que los visitara; pero, llegado el momento determinado por la Providencia, «vino a su casa, y los suyos» no lo recibieron, como señala san Juan en su Evangelio[6].

Nos escandalizan quienes no aceptaron al Mesías en su tiempo, pero, nosotros, ¿somos acaso diferentes? Decimos creer en Él, pero negamos con nuestra vida de cristianismo barato esa profesión de fe. Decía el Señor a Luz Amparo con dolor en un mensaje: «Óyeme, mi Corazón víctima se cansa de la ingratitud de mis amados hijos; no te hablo de la maldad de los impíos, sino de la malicia de los cristianos». Meditemos estas palabras, para transformar nuestras vidas mediocres con amor y fervor.

4º: La Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen María

En el cuarto misterio gozoso, se entremezclan dolor y gozo. Jesús es «luz de las naciones» y «gloria de Israel», a la vez que a su Madre le es profetizada esa espada de dolor, que traspasaría su corazón durante toda su vida.

Así, manifestaba la Virgen en el mensaje del día de la Asunción de 1986: «Mi Corazón sufrió mucho tiempo, hija mía, porque vio, desde Niño, la amargura que iba a pasar mi Hijo. Luego, cuando iba creciendo, veía su rostro tan bello (…). Veía sus grandes ojos y ese rostro tan divino, lleno de hermosura, cómo iba a quedar desfigurado por la maldad de los hombres (…). Luego, cuando mi Hijo iba creciendo, le acompañaba en sus predicaciones y mi Corazón rebosaba de gozo, hija mía. Pero esa espada seguía clavada dentro de mi Corazón».

5º: El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo

Cuando la Virgen y san José encontraron en el Templo al Niño Jesús, no entendieron la respuesta de su Hijo —«¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»[7]—, pero la acogieron en la fe, y María «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón»[8], a lo largo de los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria[9].

Es lo que hemos aprendido en Prado Nuevo: el ocultamiento y servicio generoso sin esperar ser reconocido; así lo expresaba la Virgen en uno de sus mensajes: «¡Ay, hijos míos!, cuando lleguéis arriba no habrá halagos y no habrá alegrías, porque os gustan abajo, hijos míos. Haced las obras y escondeos; os quiero ocultos, hijos míos»[10].

[1] Lc 1, 26-28.

[2] Cf. In Evang. l.2, hom.34.

[3] 4-VI-1988.

[4] CEC, n. 717.

[5] 7-XII-1985.

[6] Cf. Jn 1, 11.

[7] Lc 2, 49.

[8] Lc 2, 51.

[9] Cf. CEC, n. 534.

[10] 5-III-1994.

Misterios Luminosos

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1º: El Bautismo de Jesús en el Jordán

Después de los hechos que contemplamos en el quinto misterio gozoso, donde el Niño es perdido y hallado en el Templo, regresa Jesús con María y José a Nazaret. «Su Madre —dice san Lucas— conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2, 51). Y «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).

Cuando alcanzó la edad de treinta años, Jesús dejó su casa de Nazaret para iniciar su vida pública en cumplimiento de la voluntad del Padre. En este periodo final de su vida, se entremezclarían las alegrías en su predicación —al ver convertirse a las almas— y los dolores y desprecios de quienes le rechazaban. Bien supo Él lo que cuesta redimir a las almas. Por eso revelaba a Luz Amparo en el mensaje de 5 de agosto de 2000: «¡Cuánto cuestan las almas, hija mía! Mira mi rostro, mira mi cuerpo, mira mis manos (…). Las almas ingratas (…) son las que me ponen así. ¡Cuánto cuesta un alma, hija mía, y qué desagradecidos son los hombres!».

2º: La Revelación en las bodas de Caná

2 luminos (7)María en Caná adelanta los milagros de Jesús, aunque todavía no había llegado su hora (Cf. Jn 2, 4). Sin embargo, María dijo a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Así, la Madre de Dios aparece aquí como Medianera de todas las gracias y la que nos conduce siempre a Jesucristo, el fruto bendito de su seno inmaculado.

Por eso, manifestaba el Señor en el mensaje de 1 de agosto de 1998: «María es el Canal de todas las gracias. María es la Medianera de los hombres y yo. ¿Cómo los hombres no acuden a María? Es la hora de María y yo he puesto el mundo en sus manos.

¡Qué alegría siente mi Corazón cuando los hombres van a María a comunicarle su dolor, su pena, sus alegrías, sus tristezas y angustias; y Ella con sus manos maternales me las presenta a mí! Yo no puedo negar a mi Madre las gracias que me pide».

¡Cuántas gracias ha derramado en Prado Nuevo desde aquel 14 de junio de 1981! Sigamos acudiendo a Ella en este lugar bendecido por su presencia maternal.

3º: El Anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión

Una de las claves de la predicación de Cristo era la invitación a la conversión. También el deseo de la Virgen, como Madre nuestra, es que nos convirtamos plenamente, y Ella ha elegido Prado Nuevo como lugar privilegiado para conceder gracias de conversión a miles y miles de almas; así lo aseguraba en el mensaje de 4 de febrero de 1989: «Derramaré muchas gracias sobre este lugar, para que las almas se conviertan».

Volvamos los ojos a Dios, por medio de María, la Virgen de los Dolores. Dejemos para siempre la vida de pecado; correspondamos con fidelidad a las numerosas gracias que hemos recibido en este Prado tan querido por nuestra Señora. De modo precioso, lo recordaba Ella en el mensaje de 4 de abril de 1998: «En este lugar he derramado muchas gracias, es mi lugar preferido, es mi jardín. Aquí estaré siempre con vosotros. Aquí he consolado a muchos tristes. Aquí se han convertido muchos pecadores. Aquí muchos atribulados han sentido la paz».

4º: La Transfiguración del Señor

DolorosaLa escena de la Transfiguración, según san Mateo, comienza así: «Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el Sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 1-2).

María se presentó también el 14 de junio de 1981 más bella que el Sol, a la vez que colmada de dolor por los pecados de la Humanidad: «Soy la Virgen Dolorosa», dijo aquel día, domingo de la Santísima Trinidad.

En el cuarto misterio luminoso, le pedimos a Ella que nos transfigure, que limpie nuestros corazones y los haga semejantes a su Corazón Inmaculado, que borre en nosotros cualquier mancha de pecado, para recordar que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Que no ofendamos más a Dios, ni clavemos espinas en el Corazón de nuestra Madre.

5º: La Institución de la Eucaristía

La Eucaristía y María son los dos grandes tesoros que Jesús dejó a su Iglesia, hasta que Él volviese. En su Cuerpo Sacramentado recibimos alimento para el alma; en su Madre Santísima hallamos consuelo y acudimos a Ella buscando su protección.

Tengamos un gran a amor a Jesucristo en la Eucaristía y a la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra. Que Ella infunda en nuestro corazón el fuego del amor a su Hijo escondido en el Pan consagrado; que le recibamos con las disposiciones que María Santísima lo recibió, pues fue también para Ella alimento de vida eterna. Pedía el Señor con inmenso amor en el mensaje de 4 de enero de 1986: «Tened compasión del Prisionero rendido a vuestro amor. Estoy cerrado aquí por vosotros; para daros alimento de vida eterna, hijos míos. ¡Amadme!».

Misterios Dolorosos

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1º: La Oración de Jesús en Getsemaní

Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre. De rodillas sobre el duro suelo, persevera en la oración… Llora por ti… y por mí; le aplasta el peso de los pecados de todos los hombres. «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad» (Mt 26, 42).

Poco después, llega Judas, «el traidor», y con un beso y unas palabras engañosas —«¡Salve, Rabbí!»— vende a su Maestro, a Aquél que tanto había hecho por él. Pero Jesús no le reprocha nada; sólo le dice: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!» (Lc 22, 48). En ese instante, los que le acompañaban, echan mano a Jesús y le prenden. «Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron» (Mt 26, 56). Nosotros no somos menos cobardes que los apóstoles: lo seguimos de lejos y nos dormimos en las horas decisivas.

Escuchemos la voz del Señor, que nos gritaba en el mensaje de 6 de septiembre de 1997: «Venid a mí, hijos míos, que tenéis vuestras conciencias dormidas. ¡Despertad, despertad, hijos míos! ¡Cuántas almas se pierden porque no quieren escuchar la Palabra de Dios!».

2º: La Flagelación del Señor

En el segundo misterio de dolor interviene Poncio Pilato, cuyo triste papel nos sirve también para reflexionar.

«Mientras él estaba sentado en el tribunal —escribe san Mateo—, le mandó a decir su mujer: “No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”» (Mt 27, 19). Pilato hace oídos sordos a esta advertencia; entonces, «los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús» (Mt 27, 20). «Pilato, entonces —explica ahora san Marcos—, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado» (Mc 15, 15). ¡Cuántas veces actuamos para complacer a los demás, por respetos humanos! ¡Qué poco meditamos en los dolores de Jesús!

En el mensaje de 23 de octubre de 1981, le pedía el Señor a Luz Amparo: «Diles (…) que piensen un poquito en la Pasión (…). Que están ofendiendo constantemente a Dios; que mediten, que piensen lo que su Hijo pasó en la Cruz, cómo le coronaron de espinas, cómo le flagelaron, cómo derramó su última sangre por todos vosotros».

3º: La Coronación de espinas

La corona de espinas, clavada a golpes, hace a Jesús Rey de desprecios y burlas… ¡Cuánta pena y dolor asumidos sólo por amor a las almas!

Querido peregrino de Prado Nuevo que escuchas esta meditación: tú y yo, ¿no le hemos vuelto a coronar de espinas, a abofetear y a escupir? Sí, muchas veces: cada vez que pecamos, sobre todo con el pecado mortal. Pero, ahora, deberíamos decir con todas las fuerzas de nuestro corazón: «¡Ya no más, Jesús!». Que sea éste un propósito firme, que nos aleje de la ofensa a Dios y que nos lleve por el camino de la conversión.

Se lamentaba el Señor, dirigiéndose a Luz Amparo, el 1 de julio de 1995: «Tu Jesús desnudado, en la Cruz, azotado, sediento, hambriento de almas. Y las almas, hija mía, ni viéndome sediento, ni hambriento, ni despreciado, ni ensangrentado, renuevan su vida (…). Muchas palabras, muchas promesas, hija mía, muchos propósitos… Ignorad vuestras palabras, si no van unidas al arrepentimiento y a las obras».

4º: Jesús sube al Calvario con la Cruz

3 doloroso (Raúl Berzosa)  «Cuando se hubieron burlado de Él —escribe san Mateo—, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz» (Mt 27, 31-32).

Sintamos pena con Cristo doloroso. Acompañemos a su Madre, la Virgen de los Dolores, quien no abandonó a su Hijo en ningún momento. Carguemos con nuestra cruz. Pero no lleves la cruz arrastrándola, cárgala con fortaleza, porque así tu cruz no será una cruz cualquiera, sino que se unirá a la Cruz de Jesús.

Acepta la cruz con amor, ámala. Y seguro que, como Él, encontrarás a María en el camino, que será, para ti, Madre de consuelo y misericordia.

Decía la Virgen en un mensaje: «Coge esa cruz, hija mía, póntela sobre la espalda y sigue a mi Hijo, como yo le seguí hasta la Cruz con mi Corazón traspasado de dolor y con mi Hijo sufriendo para salvar a la Humanidad; mientras tanto, la mayor parte de la Humanidad, de fiesta. ¡Qué ingratos!» (25-9-1981).

5º: Jesús es crucificado y muere en la Cruz

Jesús Nazareno, Rey de los judíos, tiene dispuesto el trono, que es el madero de la Cruz. Al ser clavado; sufre cuanto es posible sufrir, extiende sus brazos con gesto de Sacerdote Eterno.

Ya está en lo alto… Y junto a su Hijo, al pie de Cruz, la Virgen de los Dolores. Y María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y Juan, el discípulo que tanto amaba Él. «¡Ahí tienes a tu Madre!», le dice. Y nos da como Madre a todos los que seríamos sus discípulos, hijos de Dios y de María Santísima.

Contempla esta escena, alma cristiana… Todo lo ha sufrido por ti y por mí… ¿No lloras? ¿No sientes compasión por Jesús crucificado que tanto sufre por amor a ti? ¿No sientes pena al mirar a la Dolorosa, Madre de Dios y Madre nuestra? Que la Corredentora del género humano infunda en nuestros corazones, inclinados al pecado, los sentimientos más vivos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de los pecados y un propósito firmísimo de jamás ofender a Dios.

Misterios Gloriosos

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1º: La Resurrección del Señor

La resurrección de Cristo es garantía de la nuestra. Nos enseña el Catecismo de la Iglesia: «Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día» ( CEC, n. 1016). Mas dicha resurrección no será igual para todos, pues dice Jesús en el Evangelio de san Juan: «…llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio» (Jn 5, 28-29).

El Juicio final será la consumación de la obra de Cristo: los justos resucitarán para la vida eterna y los malvados para la eterna perdición.

Este doble destino eterno lo reflejan las palabras del Señor en el mensaje de 5 de febrero de 1982: «…sufrimos mucho por la salvación de todas las almas; hay muchas almas ingratas, pero también hay almas buenas que se arrepienten de sus culpas, que piden perdón a su Padre misericordioso. Y que su Padre misericordioso los está esperando a todos para darles su herencia, que son las moradas celestiales».

2º: La Ascensión del Señor

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra sobre este misterio que Jesús «…fue levantado en presencia de los apóstoles, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al Cielo”» (Hch 1, 9-11).

Al entrar Jesucristo en la gloria, una vez cumplida su misión en este mundo, aparece también una nube, que es símbolo de la presencia y majestad divinas. ¡Cuántas veces se ha mencionado en los mensajes de Prado Nuevo a la Divina Majestad y la adoración que merece, pues somos criaturas, siendo Él el Creador. Con razón, pedía la Virgen en un mensaje: «Humillaos, corazones, ante la Divina Majestad de Dios y reconoceos polvo y nada» (4-V-1991), porque nunca el hombre es más grande que cuando inclina su cabeza ante Dios.

3º: La Venida del Espíritu Santo

En este misterio contemplamos a los Apóstoles reunidos en oración en torno a María Santísima. Ella es el centro de la reunión en el Cenáculo; si bien Pedro es el Vicario de Jesucristo, cabeza visible de la Iglesia naciente y primer Papa, María es Madre de la Iglesia y cumple, de algún modo, el deseo de su Hijo cuando se lamentaba acerca de Jerusalén: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido!» (Mt 23, 37).

La Virgen es Madre de la unidad; su presencia en medio de nosotros nos une con el vínculo de la caridad. Permanezcamos unidos y veremos los frutos de esta unidad; es el deseo de la Madre de Dios, que en el mensaje de 3 de abril de 1999 nos anunciaba: «Y todos, hijos míos, unidos en amor y unidad viviréis vida de ángeles y estaréis viviendo un cielo; pero cuanto más os separéis, hijos míos, menos cumpliréis la Ley».

4º: La Asunción de la Virgen María

Sobre el misterio de la Asunción, dice la Liturgia de la Iglesia, dirigiéndose a María: «…en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Te trasladaste a la vida porque eres Madre de la Vida, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas» (CEC, n. 966).

La Asunción de la Virgen María al Cielo en cuerpo y alma nos recuerda que también un día nosotros, si perseveramos en la vida de gracia, alcanzaremos las mora-das celestiales, y nuestro cuerpo resucitado se podrá unir para siempre con el alma el día de la resurrección de los muertos, verdad que forma parte de nuestra fe. También nos lleva a meditar este misterio en el amor de nuestra Madre, que, desde la Gloria, no deja de velar por nuestra salvación; invoquémosla con confianza, mediante su plegaria preferida: el Rosario. «…el arma más potente, hijos míos —decía la Virgen en un mensaje—, es el santo Rosario; el santo Rosario es el ancla para vuestra salvación» (12-X-1983).

5º: La Coronación de la Virgen María

Coronación de MaríaEl quinto misterio de gloria fue contemplado por Luz Amparo en una de las visiones con que la regaló el Señor. Vio primero a María subir al Cielo en cuerpo y alma, y una vez allí, ser coronada por la Santísima Trinidad. Describe Amparo en el mensaje de 15 de agosto de 1986: «Ahora se oye otra voz, que es la del Verbo: “Madre mía, ¡sube, sube!, que estamos esperando en el trono que tenemos preparado para Ti (…). Y el Espíritu Santo le dice: “Ven, Esposa mía, amada mía, paloma mía, ven, que serás coronada y tendrás gran poder sobre el mundo y para salvar a la Humanidad. Tu planta virginal aplastará al enemigo, y serás Reina de Cielo y Tierra”».

Explica san Josemaría: «Ya estamos seguros, ya nada debe preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de Cielos y Tierra, es la omnipotencia su-plicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre» (Nº 288).

Misterios Gloriosos

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1º: La Resurrección del Señor

Narra san Marcos en su Evangelio que «Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos»[1].

Nosotros, cristianos del tiempo actual, nos parecemos, a veces, a aquellos discípulos «que estaban tristes y llorosos». Parece que el Señor no ha resucitado ni ha vencido a la muerte, y nos dejamos llevar por la tristeza y el desaliento ante cualquier dificultad. Por eso, el Señor nos exhortaba en un mensaje: «Todos los que acudís a este lugar no seáis flacos, sed fuertes, porque, si vuestros corazones se tambalean, es porque vuestra fe es floja; si sois valientes y firmes, vuestra fe es firme también»[2].

2º: La Ascensión del Señor

San Lucas, al final de su Evangelio, describe así, mencionando a los discípulos, el misterio de la Ascensión: «Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios»[3].

Es de comprender el gozo de los discípulos al ver ahora a Jesús ascender a los cielos, cuando antes lo habían visto doliente y crucificado. No ha de ser menor nuestra alegría al saber que la ascensión de Cristo nos ofrece la certeza de que un día también nosotros seremos llevados a la Gloria, si permanecemos fieles a nuestros compromisos cristianos. De esta manera, pedía la Virgen en el mensaje de 2 de noviembre de 1991: «Sed fieles, hijos míos, al camino que habéis emprendido; venid a mí, que yo os llevaré a Jesús».

3º: La Venida del Espíritu Santo

Nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que, después de la Ascensión de Jesucristo, un grupo de discípulos «perseveraban en la oración, con un mismo espíritu», en torno a «María, la madre de Jesús»[4].

Hoy, como entonces, la Virgen ha de ser el centro de la reunión de los discípulos de su Hijo, porque así fue desde el comienzo de la Iglesia. Esa centralidad de María la expresaba Benedicto XVI: «Todo en la Iglesia —señalaba el Papa emérito—, toda institución y ministerio, incluso el de Pedro y sus sucesores, está “puesto” bajo el manto de la Virgen, en el espacio lleno de gracia de su “sí” a la voluntad de Dios»[5]. Aquí, en Prado Nuevo, pidió la Virgen en un mensaje: «Amad a la Iglesia, hijos míos, y venid a vuestra Madre, para que yo ponga mi manto sobre todos vosotros»[6].

4º: La Asunción de la Virgen María

Nos recuerda el Catecismo de la Iglesia sobre este misterio glorioso que María, «con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna… Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora»[7].

Estos títulos y otros los confirmaba la Virgen en un mensaje explicando: «…el privilegio de ninguna criatura lo tuve yo. Todas estas gracias me vinieron por medio de mi Hijo, el Verbo encarnado en mis entrañas. Por el “sí” que di al Padre, hijos míos, me concedió todos estos privilegios»[8].

5º: La Coronación de la Virgen María

La Virgen Inmaculada fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y enaltecida por Dios como Reina del universo. Pero nuestra Madre desea reinar, sobre todo, en los corazones de cada uno de sus hijos.

Por eso, se lamentaba el Señor con dolor en el mensaje de 12 de febrero de 1982: «…que amen a mi Madre y me amen a mí. Yo no admito que desprecien a mi Madre, esa Reina que sufre por todos, porque todos son sus hijos, por los cuales pide diariamente al Padre Eterno y derrama sus lágrimas por la salvación de sus almas.

No les sirve para nada ese amor falso que tienen hacia mí, porque el que no quiere a mi Madre no me quiere a mí».

[1] Mc 16, 9-10.

[2] 6-11-1993.

[3] Lc 24, 50-53.

[4] Cf. Hch 1, 14.

[5] Homilía, 25-3-2006.

[6] 1-8-1987.

[7] CEC, n. 969.

[8] 7-VII-1990.